CAPÍTULO 15: Noches invernales (Parte 3)

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Muchas cosas habían cambiado desde la última vez que tuvieron la oportunidad de encontrarse, las circunstancias se habían enrarecido de una forma retorcida, que casi podría calificarse de vil, sumiéndolos en una tesitura que se antojaba muy semejante a cuanto ellos solo habían conocido por el relato de otras personas, pero, en absoluto, les era ajeno. Tomó aire con mucha calma, pues no estaba agitada, y se asomó a la ventana, de la misma manera que él hacía, constatando la oscuridad que la partida del sol había dejado en el exterior. Incluso en la plácida quietud de aquella noche de otoño, se adivinaba la tensión silenciosa de cuanto estaba por llegar.

Aún no se había producido ningún anuncio para hacerlo público, tampoco había llegado a sus oídos que se hubiese enviado ningún mensaje a la corte o a algunos escogidos dentro de esta para hacerles partícipes de lo que sucedía. Entonces, estaban a solas, en privado, y con la absoluta certeza de que nadie los escuchaba, no obstante, no lo había dicho de viva voz. Probablemente, no llegaría a decirlo, pero tampoco hacía falta. No necesitaba que lo hiciera.

- Si supiera algo – tomó la palabra de repente, rompiendo el silencio al que él mismo había dado lugar con su última intervención, empleando un tono innecesariamente quedo. Lo miró de reojo, pero Roland permanecía con la vista fija en el exterior – sobre esa extraña convocatoria...

Efectuó un asentimiento comedido, devolviendo su atención a la ventana. Habían cambiado multitud de cosas desde la última vez que sus caminos se cruzaron, no obstante, lo esencial permanecía exactamente igual. Pensándolo fríamente, habría sido absurdo esperar que aquello que se había mantenido imperturbable desde hacía meses pudiese modificarse entonces, aún a despecho de lo delicado de las circunstancias, aunque debía reconocer que una parte de sí misma había contado con que el desarrollo de acontecimientos se precipitara.

Miara Norvine había aprendido por sí misma, a través de una siempre poco grata experiencia, a ser paciente y a no esperar lo que jamás sucedería. El atisbo de decepción que le provocaba ese silencio frío, esas preguntas afiladas con las que la pinchaba y que no habrían desentonado en un interrogatorio, esa desconfianza apenas velada con la que la miraba y que quedaba patente en un discurso ambiguo y desapegado, sin duda, era improcedente. Ya se había dicho mil veces que no tenía sentido pretender una amistad donde no la había, igual que tampoco lo tenía engañarse fingiendo que sentimientos de esa clase eran necesarios en sus circunstancias. Sin embargo, resultaba muy molesto darse cuenta de que ni tan siquiera la precariedad de su situación era razón suficiente para mostrarse un poco más obsequioso.

Le resultaba irritante que nunca se hubiese molestado en tratar de agradarla más allá de una cordialidad genérica y de las buenas maneras elementales. Sabía que la galantería era una actitud que llegaba a resultar tediosa, no obstante, a una parte de ella le hubiese gustado tener el privilegio de cansarse de tales ademanes. Ella tenía lo que él necesitaba, no habría sido tan descabellado que tratara de obtenerlo con discursos zalameros. Le habría gustado ver cómo lo intentaba.

- Por supuesto, se lo contaría de inmediato – zanjó ella, sin esperar a que terminara la frase que había dejado inconclusa, ocultando su desagrado tras un oportuno velo de neutralidad dócil.

Percibió que Roland la miraba de lado, claramente, dudando de la palabra que acababa de darle, pues era un hombre increíblemente desconfiado, más aún en esos momentos tan tensos. De poco serviría intentar convencerlo para que suavizara su carácter con ella esgrimiendo el argumento de que se conocían desde hacía mucho tiempo, o el hecho innegable de que había existido y seguía existiendo un mutuo interés en un enlace entre ambos. Por mucho que detestara reconocerlo, sus esfuerzos por ablandarlo con buenas maneras y vana coquetería en tiempos de paz apenas habían dado ningún resultado, seguía casi tan indiferente como el primer día, así que, ¿qué sentido tenía persistir en su apelación al sentimentalismo? Llegados a aquel punto, ni necesitaba su afecto, ni tampoco quería su amistad. Así que sí, le estaba mintiendo a la cara.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now