CAPÍTULO 20: Decisiones difíciles (Parte 3)

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Estar allí suponía un riesgo, sin duda. La gran pregunta era si estaba justificado asumirlo y su problema principal se reducía a que no estaba del todo seguro de la respuesta. O, más exactamente, no lo había estado hasta ese preciso momento.

Entornó los ojos y se hizo sombra con la mano, oteando al grupo desde la altura privilegiada de su poco rebuscado escondite. Entonces que, por fin, había amanecido, resultaba sencillo contarlos y, desde luego, había hecho bien abogando por la prudencia: eran muchos más de los que habría esperado. Había contado a dieciocho, dieciocho a caballo y con lo que parecían ser aperos de granja o, tal vez, incluso armas de verdad en su haber. Aunque habría que ser muy tonto para despreciar el daño que se podía hacer con un bieldo.

Había estado revisando los campos que se extendían más allá, hacia la ciudad, pero no le daba la sensación de que hubiese más movimiento. No parecía probable que fuesen a llegar más personas para unirse a esa particular batida próximamente, aunque el hecho suponía un parco consuelo, dadas sus circunstancias. Bajó la mano y movió la cabeza, molesto, no tanto porque se hubiesen cumplido sus expectativas y los estuviesen persiguiendo, sino porque uno o dos de ellos parecían ser lo bastante hábiles como para seguir su rastro.

Habría sido mucho pedir que fuesen unos patanes ebrios, ¿verdad?

Peeter no había pensado con mucho detenimiento qué ruta seguir, haciendo honor a la verdad, había empezado a improvisar casi desde que salió de Claumar, no obstante, había tenido un buen instinto al meterse en esos bosques. La foresta estaba sobre elevado, dominaba las colinas circundantes y proporcionaba una cobertura que, por ahora, les había librado de topar con esos rufianes. Pero, entonces que sabía que esos dos que iban por delante los estaban rastreando, se temía que su vigilancia había adquirido otro cariz.

Muy a su pesar, no habían podido evitar dejar señales muy claras de por dónde habían pasado y dudaba mucho que la dinámica fuese a cambiar en adelante, de modo que sus opciones de escapar de sus perseguidores dependían en gran medida de que estos les perdieran la pista. E incluso aunque se internaran más en el bosque, se antojaba improbable que fuesen a despistarlos cuando había tantas huellas impresas en el barro. Necesitaban poner más distancia entre ellos.

Torció el gesto, concluyendo rápidamente que no podría lograr ese objetivo en sus circunstancias actuales. Si estuviese él solo, ni tan siquiera habría necesitado detenerse a comprobar si lo seguían o no, habría dado por sentado que lo hacían y se habría pasado toda la noche cabalgando para evitar que lo alcanzaran. No habría parado hasta llegar a la frontera. Pero, claro, esa estrategia no era aplicable cuando tenía a una decena de personas a su cargo y un único caballo. Estaban obligados a ir a pie, dejando claras improntas de sus pasos en el suelo.

Suspiró y el aliento se convirtió en vaho blanco. Lo que debía hacer era apartar al grupo de las huellas, eso les haría ganar un tiempo que, con suerte, sería suficiente para incrementar su ventaja y les daría la oportunidad de internarse más en el bosque para perderlos definitivamente. Dicho de otro modo, necesitaba una maniobra de distracción.

- Con lo poco que me gustan – rezongó a sabiendas de que sus opciones se reducían a eso, o dejarse atrapar, o abandonar a esa gente a su suerte y huir solo.

Probablemente, esa última posibilidad sería la más recomendable desde el punto de vista práctico, al fin y al cabo, su tarea no terminaría hasta que llegara a Corvaria y todo aquel asunto lo estaba retrasando mucho más de lo que sería razonable asumir, no obstante, no se sentiría cómodo dejándolos atrás. Había mujeres y ancianos en el grupo, le habría parecido cuestionable abandonarlos en ese bosque incluso si no corrieran ningún peligro inminente, entonces que sabía que esos energúmenos estaban sobre su pista, directamente no sería capaz de hacerlo.

Se soltó de la rama para bajar del árbol que le había servido de punto de observación. Aterrizó en el barro y se irguió, su atención enfocada en la dirección en la que sabía que se encontraban esos rufianes, pese a que no eran visibles desde esa altura.

Dieciocho contra uno era una proporción nefasta. Esperaba poder arreglárselas. 

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderWhere stories live. Discover now