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-Lo sé. Sí, mamá... También eso. No lo olvidaré, no... Claro que... El taxi llegó, debo colgar. ¡Mamá! No haré nada de eso, tranquilízate. Te quiero, te escribo cuando llegue. Adiós.

Guardé con dificultad el aparato en el bolsillo trasero del pantalón. El taxista se acercaba, seguramente viendo mi desastre de maletas y bolsos para ayudarme y yo le sonreí agradecida cuando se agachó para tomar parte del equipaje.

-Gracias. -dije levantando con una sola mano los bolsos restantes y con la otra una enorme maleta negra. Para cuando el hombre se dió la vuelta para seguir subiendo mis cosas se quedó boquiabierto. Yo me puse nerviosa ante su mirada atónita y traté de no confundir mis propias palabras. -Pesas. Muchas pesas. Todo el tiempo.

No fue como si su expresión hubiera cambiado pero no dijo nada. Me ayudó a dejar en el maletero las últimas cosas y cinco minutos después estábamos ya de camino a la universidad.

Mi madre adoptiva, Eliza, había pagado el alquiler de las últimas dos semanas en las que yo había estado aquí para asentarme y terminar los registros para la universidad. Le había insistido en que no era necesario pero con ella jamás ganabas una discusión. Pensé en que pronto debería encontrar un trabajo para costear los gastos que me traería la universidad y eso solo me retorció el estómago.

Los pocos empleos que había tenido resultaron un total desastre. No era humana y eso causaba problemas. Eliza siempre me dijo que la gente no se fía de los que son diferentes a ellos, que le tienen miedo a lo que desconocen. Y para mi desgracia yo he sido siempre sapo de otro pozo. Es cierto también que mis poderes son un poco rebeldes a veces, mi hermana adoptiva, Alex, dijo más de una vez entre risas que tienen vida propia, personalidad. Como si comenzar a volar en medio de la habitación en la noche no le hubiera causado un susto de muerte más de una vez. Era normal hace años que mientras dormía, de repente y sin darme cuenta, empezaba a levitar. Llegaba al techo y me golpeaba la cabeza, despertaba sin saber dónde estaba y Eliza tenía que quedarse a dormir conmigo toda la noche porque me asustaba salir volando por la ventana. Por suerte las ventanas nunca se abrieron mientras dormía y las puertas se mantenían cerradas.

El taxista se detuvo frente a la gigantesca entrada de la universidad y yo tragué saliva. Era tan enorme que quise quedarme dentro del taxi, volver a casa si era posible, cualquier cosa antes que estar aquí. El hombre se había bajado ya para ayudar y yo tuve que hacer un esfuerzo para tomar con suavidad la manija del taxi y no romperla.

-¿Quieres que te ayude a llevarlas dentro? -dijo sacándome de mi ensimismamiento señalando las maletas.

-Uh... No, gracias. Me las arreglaré.

Mis manos se entorpecieron cuando le pagué pero me apresuré a levantar mis cosas cuanto antes. Algunos miraron con interés como la chica rara llevaba alredor de cinco bolsas y maletas de equipaje pero yo solo miré al frente, esperando que un avión me cayera en la cabeza y me sacara de tanta atención, pero seguí mi camino.

De mi bolsillo saqué la indicación que mi compañera de cuarto me había dado y levanté la vista, intentando encontrar alguna idea sobre dónde estaban las habitaciones pero nada. «No te alteres, no hagas estupideces.» dije para mí misma cuando me acerqué a un chico rubio apoyado contra un árbol y le pregunté sobre el sector de los cuartos.

-¿Nueva, eh? -me estudió de arriba a abajo como si fuera un pedazo de carne pero me mantuve en silencio. Haría las cosas bien, era una nueva oportunidad. -Ve en... esa dirección y verás el edificio residencial.

Señaló sobre mi espalda y le agradecí antes de seguir mi camino. No quería ser la extraña otra vez, había algo en mí pese a no ser de este planeta, que siempre causaba problemas. Yo solo quería ser normal... Lo más normal que un alienígena puede llegar a ser de todos modos.

My Yellow Sun; Supercorp.Where stories live. Discover now