72. Una de las dos tiene que irse.

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Sam.

—No más preguntas. Esto será todo por hoy, gracias por venir.

Todos los reporteros comenzaron a protestar apenas terminé de decir esas palabras pero a decir verdad fue lo que menos me importó. El sorpresivo fin de la conferencia y el repentino cambio de humor de Lena me había tomado desprevenida. No habían pasado ni diez minutos que ella ya se había ido. No era su conducta habitual y me inquietó al instante.

Por eso no me demoré en seguirla.

—Lena... Lena, espera.

Se encerró en un cuarto cualquiera al oírme y entré detrás de ella. Nunca la había visto tan descolocada. Tan agitada. Su pecho subía y bajaba a un ritmo peligroso y decidí acercarme despacio para no empeorar la situación.

—¿Lena?

No respondió, tampoco me miró pero dio un paso atrás. Tenía las manos en la cintura y los ojos fijos en el suelo. Comencé a temer por ella.

—Cariño —intenté otra vez y al fin, gracias a dios, me miró. Muchos años habían pasado desde que había visto esa expresión tan perdida... Una expresión de total conmoción que no sabía a qué se debía. Todo había estado bien cinco minutos antes. Algo en la conferencia la había alterado—. ¿Qué pasó? Me estás asustando.
—¿Podemos irnos de aquí?
—Claro, sí, pero...
—Por favor.

Lena jamás decía esas palabras, no lo necesitaba, no era propio de ella verse en la posición de pedir algo por lo que me inquieté de verdad.
Me acerqué y la tomé de la mano, medio dudando de cómo reaccionaría al contacto, pero por suerte no se alejó. Al contrario se acercó más a mí y acaricié el dorso de su mano para calmarla mientras salíamos de ahí.

Los de seguridad habían hecho un buen trabajo en despistar a los periodistas en la entrada mientras nosotras tomábamos el ascensor hacia el helicóptero que esperaba arriba.

Kara no contestó mi llamada así que le envié un mensaje disculpándome porque tuviera que volver sola ya que había surgido una emergencia. Y en realidad así era. Lena no tenía este tipo de recaídas ni se dejaba ver por un momento vulnerable, ni siquiera conmigo. Siempre era la mujer segura de sí misma, la millonaria poderosa, la que tenía el control de la situación.

Cuando apoyó su cabeza en mi hombro, sin dejar ir aún mi mano, entendí que debía de estar en verdad mal. No sabía porqué, desconocía el motivo, pero algo malo ocurría si se derrumbaba de esa manera frente a mí.

Llegamos al helipuerto de su casa, o mansión si era más justa, pocos minutos después. La dejé adelantarse mientras hacía un par de llamadas a CatCo y los lugares a los que se supone que Lena iría en el día. También avisé de mi ausencia y dejé claro que no sabía cuándo volvería. Por último apagué el teléfono y olvidé todo lo que no tenía que ver con Lena.

La encontré un rato más tarde en la cocina. Eran solo las once de la mañana. Ya había abierto una botella de vino, roto una copa y se había quitado la ropa y puesto una de mis sudaderas de la universidad.

Me encargué de los cristales rotos y suspiré aliviada al ver que no había sangre ni se había lastimado.

—Mira, Lena, no sé qué pasó ahí dentro pero me estás preocupando y mucho. No voy a obligarte a que me digas nada, y no hace falta que hablemos si no quieres pero no me alegra verte así. Allá en la conferencia parece que viste un fantasma y desde que...
—Nunca te dije su nombre —me interrumpió, con la vista en el líquido bordó, sin siquiera parpadear.
—¿... Su nombre?

Sonrió entonces pero no había nada de diversión en ese gesto. Pasó el dedo por el borde de la copa, alzó una ceja como si hablara consigo misma en su cabeza y bebió. Comenzó a formarse una idea en mi mente que no me gustó para nada. Lena puso sus ojos verdes en mí y mi instinto me lo confirmó antes de que hablara.

My Yellow Sun; Supercorp.Where stories live. Discover now