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Rhode Island no se parecía en nada a mi ciudad. Donde la tranquilidad habitual permanecía en Midvale, aquí era un caos. Mi ciudad ha sido siempre bastante tranquila, todos nos conocemos y las únicas tiendas están todas en un mismo lugar alrededor del parque central. En Rhode Island es lo contrario. Los autos pasan a una velocidad alarmante, las calles están atestadas de gente que jamás han hablando entre sí, por lo menos cinco cafeterías y restaurantes en una misma calle conté desde que el taxi me dejó en el centro. Eso sí, los edificios y departamentos tenían una estructura hermosa, me recordaba a las fotografías de Nueva York que tenía mi hermana pegadas en su pared.

Para ser honesta no quería poner mis esperanzas muy en alto con respecto al empleo. Venía sin saber a lo que me enfrentaba porque alguien que ni siquiera conocía me lo había sugerido. Sentía que el fracaso eterno y la burla me esperaban a la vuelta de la esquina con brazos abiertos.

Para aplacar algo de mi nerviosismo apresuraba el paso pero eso solo significaba llegar más rápido y no sabía qué era peor. Enfrentarme a lo que me esperaba o dejar que las cucarachas metaleras me saltaran en el estómago como si de una fiesta se tratase.

Revisé el mapa y el lugar quedaba a solo una calle. Por lo que veía no habían camionetas preparadas para secuestrarme o alguien sospechoso acechando, o eso suponía.
Al estar al fin frente a la cafetería en cuestión tragué saliva. Se veía mucho mejor de lo que las fotos podían mostrar. Un gran cartel con letras rojas sobre mí rezaba Morrigan's tale. Me acerqué con pasos dudosos al cristal y miré el interior. Era moderno y tan refinado como una cafetería en Rhode Island podría serlo pero algo en el me recordaba a un café en Midvale que visitaba cada martes luego de la escuela. La encargada, una señora mayor, siempre me hacía sentarme en una de las mesas -parecidas a las que ahora veía-, me preparaba uno de sus postres especiales y me bebía un café helado de chocolate con almendras. Toda esa costumbre comenzó un día cuando me encontró llorando detrás de su tienda, bastante vergonzoso con todos esos mocos y cara de sufrida, pero había valido la pena.

Acomodé mis gafas en su lugar y me sacudí la tensión. Estando ya dentro no supe si había estado bien mi elección de ropa. ¿Pero cómo diablos uno sabe de qué manera vestirse para conseguir empleo en una cafetería? «Googlealo.» habría dicho Alex. Respiré hondo y guardé mis pensamientos en alguna caja con llave en mi mente. Mis zapatillas descocidas de hace dos años y medio estaban bien y si a ellos les molestaba, pues un gusto, adiós y buen viaje.

—¿Qué te doy? —un chico bastante joven me miraba expectante del otro lado del mostrador. Una barba desprolija más acné en exceso le marcaban el rostro. Me aclaré la garganta, acercándome con toda la calma que tenía.
—Vengo por una oferta de trabajo.
—¿Trabajo? No estamos necesitando gente, lo siento —él ya miraba sobre mi hombro en busca de otra orden cuando busqué su mirada de nuevo. Esto no podía ser una broma.
—Debe de haber un error, ¿podría hablar con tu jefe?
—Señorita, no necesitamos gente.
—Pero DV... ¡DV me ha mandado!

¿Existía algo más estúpido que gritar en medio de una cafetería dos letras sin sentido? Seguro que no. Frunció el ceño ya sin ocultar la molestia y comencé a creer que me echarían a patadas, o me tirarían envases de café hasta la salida. Cualquier cosa era posible en estas instancias. Abrió la boca pero una voz de mujer lo interrumpió.

—¿DV? —detrás de él apareció una mujer castaña de mediana edad y cola de caballo. Algunas arrugas le recorrían la cara y tenía los ojos de un azul oscuro. En el cuello tenía un tatuaje de un animal que no pude identificar, le llegaba hasta la clavícula y se cerraba en una U. Se veía confundida cuando se apoyó a un lado del mostrador. Esperaba una respuesta.

—Umh... Ella me dijo que si necesitaba con urgencia un empleo viniera aquí y... Lo siento, creo que ha sido una mala idea —ya me preparaba para irme por mi cuenta de aquella vergonzosa situación cuando alzó la voz.
—¿De dónde conoces a DV? —tenía la típica mirada de alguien que esperaba a que te equivocaras para atacar, pero su rostro seguía siendo tranquilo.
—Hablamos de vez en cuando.
—¿Universitaria, eh? —bajó los ojos hasta el símbolo de la universidad Brown en mi chaqueta y yo asentí con la cabeza—. Sí, ella dijo que vendrías. Kara, ¿cierto? Bien, Kara, estás a prueba como mesera. Diez dólares la hora todos los días a las nueve desde mañana.
—¿Tengo el empleo? Pero... Pero no me ha preguntado nada, y...
—¿Quince dólares? Quince entonces. Si tienes problemas con el horario o no puedes llegar a tiempo no hay problema, vienes después. Pero preséntate.
—No sé qué decir.

My Yellow Sun; Supercorp.Where stories live. Discover now