63.

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—El vestido —susurré. Aunque el beso no se cortó y al contrario se intensificó más cuando sus manos recorrieron mi espalda en busca del cierre. Escapó un jadeo poco humano de mí cuando sus manos acariciaron la parte baja de mi espalda. Con rapidez el vestido cayó y una Lena agitada se detuvo para observar mi cuerpo desnudo. El brillo en sus ojos solo crecía mientras más bajaba su mirada. Mis mejillas ardían, noté, pero no me importó.
—Tienes un cuerpo tan perfecto, Kara.
—Tu vestido —dije con firmeza, sacándola de su ensimismamiento. Lena asintió y se dio la vuelta.

Bajé la cremallera y su piel pálida me recibió. Ya había dejado caer el vestido al suelo cuando me acerqué al punto medio de su espalda y besé la piel al descubierto. Era tan delicada. Su cuerpo se tensó por aquel íntimo contacto pero no se alejó. Que estuviera poniendo a un lado cada oscuro recuerdo que le generaba el contacto físico, solo por mí, valía demasiado.

Lena se volvió y pude apreciarla en su totalidad. Aunque la había visto en la ducha esto no se comparaba en nada. De algún modo se veía más bella que antes y yo ya no sabía cómo controlarme. Aunque las tantas cicatrices estuvieran presentes por todas partes a mí no me molestaban en absoluto.

Había olvidado ya mi propia desnudez al estirar la mano y dibujar con el dedo su cicatriz más larga. La del estómago, la más misteriosa, una línea en verdad gruesa que mediría como máximo diez centímetros. ¿Quién podría haberse atrevido a dañarla de esa manera?

Retiré los dedos rápidamente. Me había pasado en grande al tocarla así, yo estaba al tanto de cuanto lo odiaba y no sabía cómo solucionarlo ahora que ya estábamos en pleno juego. Había bajado mi mirada al suelo, de repente nuestros vestidos en el piso de madera eran de lo más interesantes.

—Hey —murmuró y la sentí acercarse. La calidez de sus manos tocando mis brazos con serenidad me hizo mirarla. Tenía una expresión tan relajada que tuve cierta envidia de su don para calmarse y mantener la compostura—. Estoy bien. Quiero hacer esto, Kara.
—No quiero hacerte daño —dije a media voz y al segundo me sentí tonta. No esperaba que sonara tan infantil pero rogaba que supiera a lo que me refería. Y por suerte lo hizo.
—No lo harás. Esto no es un negocio ni nada parecido. Quiero hacerlo porque te amo y porque me muero por hacerte el amor esta noche —no sé qué tanto más podría mantenerme en pie luego de escucharla decir eso, pero continuó—. Contigo es diferente. Dios, Kara, contigo todo es diferente.

Exhalé y expulsé todo el aire dentro. Casi me sentí más relajada si no fuera porque estábamos las dos desnudas a mitad de la habitación. Sonreí a pesar de la ligera vergüenza que su mirada atenta en ciertas partes de mi cuerpo generaba.

—Está bien, Excalibur —la expresión más atontada y risueña se dibujó en su rostro apenas llamarla por ese nombre y el cosquilleo emocionado de antes regresó multiplicado. No podía creer lo mucho que me gustaba.

Volvimos a perdernos en un nuevo beso. Sus manos volvieron a tocar distintas partes de mi cuerpo. Primero mi cintura, después se entretuvo en mi estómago y casi pensé que se estaba decidiendo si subir o bajar pero sus dedos avanzaron hasta mis pechos y sin demasiado esfuerzo mis pezones ya estaban duros bajo sus palmas. Dejó de besarme solo para mirarme y aquella tonta y nerviosa vulnerabilidad volvió. La adoración que llenaba su mirada me desestabilizó por completo y estuve casi deseando besarla para desviar su atención cuando inclinó la cabeza y su boca busco mi pecho derecho.

Mientras su lengua iba de arriba hacia abajo y en todas direcciones sobre mi pezón, su otra mano regalaba movimientos expertos en la piel sensible de mi pecho izquierdo. Las piernas me temblaron cuando sus dientes tiraron muy delicadamente de mi pezón e involuntariamente di un paso atrás, chocando con la cama.

My Yellow Sun; Supercorp.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora