2.

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—Una bienvenida calurosa, ¿eh?

—Uh... Sí, bastante.

Estábamos saliendo de la pista de atletismo y la decana había terminado su discurso de bienvenida. Me había quedado aturdida cuando estallaron en aplausos todos los estudiantes. Desde que había despertado lo único que deseaba era que el mundo hiciera silencio. Escuchaba desde el chisme de Susan y su novio, a tres habitaciones de la mía, hasta la charla informativa al otro lado del establecimiento. Cuando Maggie sugirió que vayamos a comer antes de la primera clase mi estómago rugió hambriento.

Nuestra relación los últimos cuatro días había sido extraña, extraña en el buen sentido. Inmediatamente nos volvimos cercanas y agradecía tener a alguien tan animado cerca, a falta de mi hermana Alex, Maggie era un apoyo que no sabía que necesitaría. Quizás era porque mi forma de no saber dónde estaba parada era obvia, o porque mi torpeza superaba los límites pero ella me ayudó a ubicarme. Fue tan rápida nuestra conexión que ya la consideraba un poco mi amiga.

La cafetería ocupaba la mitad del piso inferior. Al contrario de lo que Alex solía decir para molestarme la comida se veía increíble. Tomé una de las bandejas que Maggie me señalaba y me puse en la fila, embobada por los recipientes humeantes detrás del mostrador. Una mujer bastante mayor carraspeó frente a mí pidiendo mi bandeja.

—Creo que quiero eso y... Eso de ahí también, umm... Un poco de aquello. Esa manzana, bueno mejor las dos. Y esa soda.

La mujer me devolvió la comida extrañada y le di las gracias. Cuando miré hacia atrás para buscar a Maggie todos me oservaban como si vieran un fantasma. Preferí concentrar mi atención en mi compañera de cuarto, sintiendo mis mejillas calentarse.

—¿Qué es eso?

—Mi almuerzo —no esperé su permiso para tomar la bolsa de cartón que tenía Maggie a su lado e inspeccionar. Una cosa grasosa y de aspecto raro estaba en el fondo, el olor fuerte de la cebolla me hizo alejarlo.

—¿Eso comes?

—Exacto, rubia —como si fuera la situación a ponerse peor sacó el emparedado oloroso y le dió un mordisco. Si lo estaba disfrutando estaba fuera de las opciones. De un manotazo lo hice caer en la mesa y ella se quejó—. ¡Me costó cinco dólares!

—Eso es un crimen a la humanidad —señalé y le acerqué mi bandeja.

—No comeré de tu comida.

—Sí, lo harás. No pensarás que terminaré todo esto sola, ¿no? —reí falsamente. Ya estaba pensando en lo que comería en veinte minutos, cuando mi hambre volviera desesperada a molestar.

—Solo porque tiraste mi almuerzo.

—Así que... ¿Qué deseas estudiar? —pregunté cuando iba por el segundo mordisco de mi hamburguesa. Maggie bebió de la lata de soda que compartíamos y se aclaró la garganta.

—Literatura inglesa —por más que traté de ocultar mi asombro fue imposible—. Sí, todos siempre reaccionan de esa manera.

—Perdón es que...

—Me veo más como la chica que haría todo lo contrario. No te preocupes, Kara.

—No iba a decir eso. Me parece algo tonto asumir que uno debe ser tal cosa solo por como luce. En mi pla... En mi ciudad... Nadie jamás fue juzgado por las apariencias.

—Ojalá todos aprendieran de tu ciudad —dijo en tono aburrido. Alex a veces lo hacía, fingía restarle importancia a cierto tema cuando algo le molestaba demasiado. Aún así no quise entrometerme más y fastidiarla—. ¿Tú qué harás?

My Yellow Sun; Supercorp.Where stories live. Discover now