95. Antes de irme te haré feliz.

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Dos meses y tres semanas y media después habían dicho en CatCo que Lena volvería al trabajo. Que había vuelto hace poco de Londres, ya recuperada, y que no quería perder más tiempo lejos.

Era algo como lo que Lena haría admití para mí misma cuando escuché a su secretaria hablar sobre el tema con otro par de empleados. Pero de igual forma me hacía dudar. Si estaba aquí tan pronto entonces se suponía que todo había salido bien pero no dejaban de inquietarme otras cosas. Como por ejemplo y lo más obvio; su cáncer.

Al beber el tercer café en la última hora procuré no apartir la vista de la computadora al escuchar el nombre de mi alter ego en uno de los televisores. Mencionaban el gran rescate de unos cuantos días atrás, cuando decidí que era tiempo de finalmente regresar como heroína.

Si volvía como Supergirl poco tiempo después de regresar de Londres como Kara... Bueno, no es que todos mis compañeros de trabajo fueran estúpidos. Así que esperé. Esperé un mes entero, y otro poco más hasta que las atrocidades que escuchaba y veía no las podía soportar más.

La secretaria de Lena, una joven rubia bajita, a varios metros frente a mí y junto a la oficina mayor, se puso de pie de un salto y habló con tanta prisa que temí que estuviera pasando por una crisis de nervios o algo así.

—Oigan, ¡oigan todos! El día al fin llegó y la jefa está por llegar. Les pido que pongan al margen sus emociones, ya sé que todos hemos estado esperándola con muchas ganas —al decir eso se detuvo y con una gran sonrisa nos miró a todos. La mayoría ya se estaba poniendo de pie y echaba miradas furtivas al ascensor—. Recuerden que para ella fueron muy difíciles estos últimos meses.

Todos asintieron y los que faltaban acabaron poniéndose de pie cuando la secretaria miró al ascensor igual de impaciente que los demás. Ignorando el latido inquieto de mi pecho, también me levanté de mi silla.

Cuando el elevador se abrió al fin la primer cara que ví fue la de Sam, que dio un pasó al frente y se colocó a un costado. Lena apareció un segundo más tarde y la oficina se convirtió en un bullicio de aplausos. Aplaudí junto a ellos y no pude no sonreír. La había visto morir y ahora estaba de pie a metros de mí.

No vestía como antes. Más bien era una ropa bastante más ligera y cómoda a la vista. Pantalones de jean, formales en cierto modo pero comunes, y una camiseta a cuadros que probablemente le hubiera visto llevar a mi hermana o incluso usar yo misma antes que a la mismísima Lena Luthor.

Su rostro no contaba con ningún rastro de que allí hubieran habido cicatrices. Aunque sí, noté después, solo una. Bajo la mandíbula, unos centímetros hacia el cuello, era pequeña y no muy visible pero nada más que eso. No cojeaba, ni había nada distinto a su caminar de siempre. Cuando se acercó hasta el centro de la oficina, a poca distancia de mí, pude ver la cicatriz en su cabeza; del lado derecho de su cráneo y del tamaño de mi dedo meñique.

Los aplausos acabaron y ella les obsequió una sonrisa. Por el momento no miraba en mi dirección.

—Gracias, muchas gracias. No saben cuánto me alegra volver a verlos —dijo efusivamente, los ojos le brillaban y esta vez resistí las ganas de sonreír cuando comenzó a girarse para mirar a los demás—. Se siente como una eternidad ¿verdad? Oh, Max, ¿te dejaste la barba —ante la repentina pregunta de la jefa, el reportero se sonrojó pero asintió con una media sonrisa—. Te queda estupenda, podrías pasar por modelo.

Le guiñó un ojo y bromeó con otros tantos empleados, con casi la mayoría en realidad. Hasta que su cabeza se giró hacia donde yo seguía de pie y su sonrisa pura me calentó el pecho. Por lo que fueron un par de segundos le sostuve la mirada. Ya no iba a negar lo que pensaba: la había extrañado horrores.

My Yellow Sun; Supercorp.Where stories live. Discover now