25.

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El olor a comida despertó mis sentidos y abrí los ojos. Era la comida de mi madre. Me incorporé de a poco hasta quedar con la espalda pegada en el cabezal y contemplé mi alrededor. Seguía en la habitación de Lena pero no había nadie. Me sentía mejor, bastante mejor de hecho. Moví mi cabeza lado a lado haciendo que el cuello me sonara -mi madre nunca aprobó esa costumbre-, noté que ya no dolía, tampoco los brazos ni las piernas. Pasé mi mano por la base de mi nuca y aunque primero pensé en levantarme lo mejor sería quedarme aquí. Claro que lo peor había pasado pero me sentía como quien está apenas saliendo de un resfriado pero sin los mocos y eso.

Quería usar mis poderes. Los rayos equis para ver dónde estaban las demás o mi oído al menos para estar segura de que se encontrara alguien afuera. Pero no lo hice, no tenía los suficientes ánimos.

Lo que me había ocurrido no es que fuera algo anormal, en realidad pasé más veces de las que recuerdo por la misma situación. Cuando llegué a la tierra costó su debido tiempo adaptarme socialmente pero lo físico fue una historia distinta. Mi cuerpo no toleraba el ambiente por mucho que el sol amarillo de la tierra cambiara mis células y me hiciera inmune en la Zona Fantasma.

Todavía no olvido los constantes dolores que de la nada me provocaba una ligera ráfaga de calor o el simple contacto con la lluvia. Algo tan simple como el agua me podía hacer sufrir por días.

Mis padres no sabían cómo ayudarme y aunque esos episodios no sucedían tan a menudo tuvo que pasar más de un año hasta que pudieran empezar a crear algo que fuera efectivo para eliminar o calmar todo el sufrimiento. Entre ensayo y error encontraron la manera de apaciguar el dolor con una dosis pero pasaron seis meses y la pequeña aguja se transformaron en dos. Siempre dos agujas.

Mi madre descubrió que lo que a mi cuerpo le pasaba era algo más o menos normal. Normal en lo que ser una alienígena viviendo en un planeta que no era el mío respecta. Mi organismo tenía que aprender a vivir en la Tierra, acostumbrarse al ambiente y el aire, a las sustancias diferentes que al principio me eran tóxicas.

Una aguja para contrarrestar el dolor y hacer que todo dentro de mí volviera a la normalidad; la otra era un químico que asemejaba las mismas propiedades del sol amarillo. Era algo así como inyectarme energía solar. Mis padres habían trabajado hasta el cansancio para ayudarme y por eso les estaría siempre agradecida.

Cuando comenzaba a sentirme débil y dar síntomas de que me estaba por ocurrir las dos agujas estaban siempre a mano y necesitaba solo un par de horas para volver a estar mejor. Era normal me decía a mí misma siempre. Era mi cuerpo desarrollándose en un lugar para el que no estaba hecho, y sabía que seguiría así pero con el tiempo los episodios se hicieron más escasos. Me pasó solo tres veces estando en la secundaria. Y ocurrieron porque estaba estresada y no toleraba la presión de encajar y aparentar la normalidad que mis padres me pedían para mi propio bien. El estrés y el cansancio.

Ahora tenía la impresión de que el estrés había conllevado a que volviera a pasarme. Estaba segura. Siempre supe que pensar demasiado no lleva a nada, lo que nos atormenta tanto y no nos deja dormir nunca termina haciéndose realidad, al contrario ocurre todo lo opuesto. Pero tenemos la asquerosa costumbre de no poder controlar ni las emociones ni los pensamientos. Seas un alien como yo o un humano.

Unos golpecitos suaves en la puerta me sacaron del ensimismamiento y esta se abrió. Puse los brazos en mi regazo y sonreí débilmente al ver a mi madre cargando una bandeja.

—Hola mi pequeña bella durmiente.
—Mamá, ya tengo dieciocho años —hasta la voz me sonaba ajena. Me aclaré la garganta y froté mis ojos viendo los platos.

Eché un vistazo afuera a través de la puerta abierta pero nadie más entró.

—No seas gruñona —puso la bandeja sobre una tabla de madera en mis piernas y se sentó a mi lado. —Te traje todos tus platillos favoritos. Tuve que prometerle a tu hermana que le prepararía algo luego porque estaba a punto de devorarse todo.
—¿Dónde está Alex? —por un momento me asusté sin saber el tiempo que había estado durmiendo. Mi madre sonrió. —¿Por cuánto tiempo dormí?
—Casi dos días. Y antes de que te pongas a enloquecer, Alex y Becca fueron a comprar comida.
—¿Se irán hoy?
—Alex pidió unos días extras, no te preocupes.

My Yellow Sun; Supercorp.Where stories live. Discover now