94. Ella se ha ido.

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Lena.

—Es este lugar, es esta maldita casa. Desde que murió mamá se volvió un infierno vivir contigo —escupí llena de rabia.

Lionel me dedicó una mirada transtornada desde el otro lado de la sala. Yo permanecía de pie junto a la chimenea y él, inmóvil, frente a una estantería de libros llenos de polvo, sostenía con fuerza un vaso de alcohol.

—¿Cómo te atreves a faltarme el respeto bajo mi propio techo?
—¿Cómo puedes tú ser tan hijo de puta?

Me sentía llena de cólera. Lionel había vendido las posesiones más preciadas de mi madre. Al pedirle que me dejara conservar un pequeño collar, el que ella siempre llevaba, él se rió en mi cara y a martillazos lo destrozó. Solo pude quedarme con sus libros pero ni siquiera aquello me consoló. Fue cuando mi odio comenzó.

A pesar de que esperé la reacción contraria, Lionel se mostró repentinamente tranquilo.

—¿Qué haces todavía aquí si tanto me desprecias? ¿Por qué no te largaste con tu hermano? Ya tienes catorce años y te mantienes medianamente bien —al decirlo me miró de hito en hito con especial disgusto—. O puedes tirarte de un barranco y la fortuna estancada en el banco que te dejó tu madre quedará a mi nombre. Me harías un delicioso favor.

No iba a llorar en frente de él. No le dejaría ver lo mal que me sentía por dentro y lo mucho que me dolía sentirme cada vez más insignificante.

Al apartar la vista de él, todo se oscureció. Al segundo siguiente abrí los ojos.

Entre el cansancio que sentía y el dolor en todo el cuerpo, me encontré con Sam sentada en la cama.

—Hola, bella durmiente —murmuró dejando asomar una sonrisa. Al instante sentí que algo iba mal, a pesar de que miré a mi alrededor no entendí de qué se trataba—. ¿Quieres un poco de agua? Dormiste casi todo el día.

Asentí muy apenas con la cabeza y Sam me alcanzó el vaso con la pajita hasta los labios. El líquido me alivió algo de la extraña sensación en el estómago.

—¿Cuánto llevo aquí? —pregunté lentamente. Seguía siendo difícil decir las palabras adecuadas, como si las hubieran eliminado de mi mente y dejado todo en blanco. Pero de todas maneras más complicado se volvía recordar los últimos días.

Lo molesta que me ponía el desorden de recuerdos en mi mente me estresaba.
Sam volvió a sonreír a medias, quizá no esperó que hablara.

—Mañana serán tres semanas.
—¿Cuándo llegaste tú?
—Hace seis horas. Me hubiera gustado venir antes pero CatCo y lo demás... —se detuvo y bajó la vista. Sabía cuando estaba incómoda, cuando mentía y cuando se ponía nerviosa. Sin embargo saber de su larga ausencia no me hizo sentir para nada mal. No me hizo sentir nada.
—No importa.

El silencio siguiente fue interrumpido por la entrada de una mujer pelirroja. Si mi memoria no fallaba era la doctora que me había estado viendo últimamente. Algunas cosas solo escapaban y se perdían en mi cabeza.

—Veo que has despertado —dijo mirándome sin dejar de sonreír—. ¿Cómo te encuentras, Lena? ¿Qué tal tu cabeza?
—Duele menos.

Y así era. La cabeza ya no la sentía como si me estuvieran aplastando mil clavos sobre el cráneo.

—¿La herida en tu pierna? —preguntó retirando las sábanas. Todavía no quería mirarme en un espejo, no estaba preparada, así que no sabía cómo lucía o cómo se veían las cicatrices.
—Solo si la muevo demasiado.
—En un tiempo empezaremos con el tratamiento para que recuperes la movilidad.

My Yellow Sun; Supercorp.Where stories live. Discover now