70 Sigan las señales

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Negan realmente era un desastre para la jardinería; sin embargo, el había insistido demasiado con ayudar en esa área como para no darle el gusto. Al regresar a Alexandria, Rick no perdió tiempo y abrió su celda para que pudiera aportar algo de trabajo antes de terminar el día. Se le veía muy feliz por salir a tomar aire fresco y realizar unas cuantas actividades que mantuvieran las partes de su cuerpo en movimiento. Sabía que estar dentro de una celda por muchos días consecutivos (y sin nada que hacer) resultaba tedioso e incluso muy agotador. En ocasiones llegaba a sentir lástima por Negan. Deseaba poder integrarlo a la comunidad como era debido: viviendo en una de las tantas casa y que así ayudara día con día en las labores de Alexandria... Convertirlo en uno de nosotros.

—Todo este trabajo me ha dado sed — la voz grave de Negan resonó en mis oídos.

Suspiré. Pasé de estar en cunclillas a estar nuevamente de pie. Coloqué las manos sobre mí cadera, manchando accidentalmente mi pantalón y parte de mi camiseta de tierra mojada. Al posar mi vista sobre Negan, lo pillé mirándome con una sonrisa. En su mano derecha sostenía una pequeña pala y en la otra una canasta.

—Pero si no has hecho nada — espetó Erik burlón detrás de mí —. Llevas sólo diez minutos aquí, y gran parte de ese tiempo lo ocupamos explicándote cómo lo debes hacer — se rió. Carl y yo le imitamos.

—De acuerdo — pronunció Negan con la voz entrecortada al intentar levantarse. Apoyó una mano sobre su muslo derecho y se impulsó con fuerza —. Pueden burlarse todo lo que quieran, en especial tu Erik — lo señaló con uno de sus dedos —. Pero cuando sea mejor que ustedes tres en esto se sentirán inútiles.

Solté una risita, indignada ante aquellas palabras.

—A este paso no creo que sea pronto — comentó Carl, acercándose a Negan.

—¿Cuándo te volviste todo un hombre? — el último mencionado le aportó un codazo al castaño de lentes oscuros. Lo miraba con gran orgullo — Parece que matar caminantes te ha dejado más musculoso.

Carl sonrió discretamente con la cabeza baja, tratando de ocultar ese egocentrismo que buscaba escaparse de él. Ese chico amaba ser alargado de esa forma y yo lo sabía perfectamente.

Sentí el brazo de Erik rodear mi cintura lentamente, colocándose a mi lado. Ahora los cuatro estábamos formando un semicírculo, en el cual podíamos mirarnos unos con otros sin problemas.

Siempre me divertía cuando Rick le autorizaba a Negan salir de su celda. Me gustaba pasar tiempo con él para charlar y contarle todo lo que sucedía en su ausencia. Procuraba ir constantemente al edificio en el que lo mantenían encerrado para hacerle compañía, pues estaba claro que  disfrutaba de mis visitas; yo podía entrar a su celda y en ocasiones me gustaba llevar algún juego de mesa u otras cosas que fueran de utilidad para hacer que Negan se divirtiera por un rato. Los días en los que no podía ir a visitarle, alguien más iba en mi puesto, a veces era Carl y otras Erik; cuando ninguno de los tres podía el mismo día, se ocupaba cualquier habitante de Alexandria que quisiera ser voluntario. Pocos aceptaban hacer ese trabajo, pero siempre había una persona que fuera a vigilar las acciones de ese hombre por unos cuantos minutos al menos. Negan nos tenía un gran afecto a esas alturas. Preguntaba por Erik, Carl o yo cuando no nos veía por veinticuatro horas seguidas, pues era casi como una rutina que uno de nosotros se presentara ante él.

El silencio que nos invadía se rompió con un par de interferencias que salían de alguna radio. Ese objeto de comunicación era portado por Erik, quién aún se encontraba a mi lado. Al escuchar esos sonidos ininteligibles apartó su brazo de mi cintura para tomar la radio y silenciarla con manos temblorosas.

—Eh, yo — titubeó, apartándose de nosotros —... Debo atender, en un momento regreso.

—¿De quién se trata? — preguntó Negan curioso. La sonrisa en su rostro seguía intacta y no parecía se capaz esfumarse tan fácilmente.

No me abandones: El final se acercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora