95 Amabilidad con quién no se lo merece

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Carl

El frío que hacía aquella noche te congelaba las manos y hacía que tu piel se erizara. Y a pesar de eso, no quise regresar a mi residencia por un abrigo. Tan solo quería hacer lo que llevaba en mente sin que nadie se diera cuenta de ello, de otra forma estaba seguro de que sería castigado por mi padre, y ni hablar de lo que diría Allyson de mí.

Entré al edificio casi caminando con las puntas de los pies. Las llaves que colgaban de mi dedo índice se balanceaban y chocaban entre sí, emitiendo sonidos con cada paso que daba.

Al llegar a la cel que buscaba, pegué la oreja a la puerta.

Escuché sollozos. Estaba llorando.

—¿Lydia?

Se calló de inmediato al escucharme hablar.

—Carl, ¿eres tú?

—Sí — respondí con voz suave —. ¿Estás bien ahí?

—Sí. Me trajeron algo de comida. Estuvo buena. Estoy bien.

A pesar de sus palabras, sabía que estaba mintiendo. No estaba bien. Se le escuchaba bastante triste.

Dudé por un momento si debía pronunciar lo que traía en mi cabeza, y al final me decidí por hacerlo.

—¿Estás llorando?

Hubo silencio. Luego, un par de sollozos más de su parte.

—Mi amigo, Joshua, murió cuando atacamos a tu gente — se lamentó. Apenas y pude escucharla, pues su voz era de un tono seco y apagado —. Sé lo que hicimos, pero siempre fue bueno conmigo.

Me sentí culpable de su sufrimiento.

Si lo que pensaba era correcto, entonces el enmascarado que Alan mató luego de que Ben fuese apuñalado se trataba de su amigo, Joshua.

—Entiendo — no encontraba qué decirle para consolarla —. Es complicado. De verdad espero que se resuelva pronto... Que te dejen salir de ahí.

—Espero que así sea. Estoy muy asustada... Nunca había estado así de sola — expresó.

Lydia no era una amenaza frente a mis ojos. Tan solo se trataba de una chica incomprendida que tuvo la mala suerte de formar parte de un grupo como al que pertenecía.

—Nunca hice esto antes... estar sola, sin ayuda, a merced de otros — continuó ante mi mutismo —. No sé cómo voy a vivir después de esto... si salgo.

—Sé cómo te sientes.

Me alejé unos pocos centímetros de la puerta e incerté la llave correspondiente en la cerradura. Al girarla, sentí la puerta deshacerse del seguro al emitir su sonido. La abrí lentamente. En el interior, todo estaba a oscuras. Tuve que acariciar la pared de mi lado derecho en busca del interruptor y, al hallarlo, encendí las luces, la cuáles me dejaron ver a Lydia tirada en un rincón con los brazos alrededor de sus piernas contraídas. La silla en la que había sido atada estaba intacta al medio de la habitación.

Ella, al verme entrando, me miró a los ojos, no sin antes examinarme de pies a cabeza. No se movió de su lugar.

—Quizás no tengo el aspecto que esperabas — comenté mientras me guardaba las llaves en un bolsillo del pantalón deportivo que portaba.

—Eres lindo — respondió, con una sonrisa muy a la ligera y poco visible —. No comprendo lo de los lentes sin un cristal.

Me toqué los lentes con los dedos de mi mano izquierda.

—Ah, yo... — desvié la mirada al suelo —. Es mejor que no preguntes por esto.

Aún me parecía incorrecto el andar por ahí mostrando la cicatriz, como si no fuese algo desagradable para la vista.

No me abandones: El final se acercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora