89 Muertos que susurran

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—¡Oh, mierda!

Se quejó Leila tras hacer que su caballo caminara a través de un gran charco de lodo en el camino, lo que le hizo manchar notablemente sus botas y parte de sus pantalones.

—Yo dije claramente: cuidado con el charco, amigos — aclaró Carl antes de que la rubia pudiera arremeter en su contra.

—Lo que realmente me duele es que había terminado de limpiarlos hace unas horas.

Me reí en silencio, avanzando sobre mí caballo al lado de Carl. Él llevaba a su hermana detrás. Judith lo abrazaba con fuerza mientras miraba los alrededores

El camino con destino a El Reino había estado muy apaciguador desde que salimos hasta ese momento. Ningún caminante se cruzó delante de nosotros, lo cual se consideraba insólito que aquellas repugnantes y pútridas criaturas no anduvieran rondando por dondequiera, como ya se había hecho un hábito muy normal.

Al final, antes de salir de Alexandria, Alan deliberó que sí nos acompañaría. Gill se quedó en la comunidad, sin cambiar al último minuto su pensar acerca de la decisión tomada. Solo se despidió de Benjamin con bastante ternura, y le certificó que pronto viajaría a su comunidad para permanecer junto a él y su gente unos meses.

Respecto a Henry, por más que él pretendiera volver al igual que su hermano mayor, aún debía quedarse por más tiempo, siguiendo las órdenes de sus padres Carol y Ezequiel, los líderes de El Reino.

Quería pensar que lo más preocupante que nos podría pasar durante el trayecto, era que las nubes oscuras en el cielo desencadenaran una extensa tormenta que nos hiciera retrasar la llegada a la comunidad. Le prometimos a Rick que estaríamos de regreso antes del anochecer.

Benjamin se adelantó con su caballo, tomando el liderazgo al frente y dejándonos a Carl y a mí atrás junto a Leila y Alan.

—El primero en quejarse por estar aquí durante lo que queda de camino se ganará una paliza — advirtió Ben, a modo de burla —. Todos vinieron de manera voluntaria.

—¡Ja! Que gran indirecta para el llorón de Alan — dijo Leila, demostrando ludibrio.

Me giré sobre el caballo para mirar a mis espaldas y capté el rostro de Alan haciendo gestos despreciables a la rubia. Ella no se arrepintió de sus palabras, siguió mirándolo con una sonrisa burlesca.

—Admito que esa pelea fue innecesaria.

Aceptó Carl, sin manifestar enfado ante aquel recuerdo.

—¿Qué pelea? — interpeló Judith con una voz cargada de inocencia y dulzura.

—No es algo que debas saber — sentencié.

El escuchar una historia sobre cómo tu hermano mayor pelea a golpes con uno de sus amigos no deja una buena enseñanza.

No me abandones: El final se acercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora