77 Prosperar en la vida

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Al amanecer... Erik no estaba en la habitación.

Desperté y me incorporé hasta quedar sentada. Aún adormilada, revisé la habitación entera con nada más que mi mirada, recorriendo cada rincón de la pieza. No había rastro existente de Erik; ni una camiseta tirada en el suelo con descuido; un par de zapatos arrinconados; una toalla todavía húmeda, dando señal de que tomó una ducha antes de salir... Nada, así sin más.

Suspiré.

Las sábanas de la cama seguían cubriendo gran parte de mi cuerpo, pues no opté por levantarme todavía. Observé por un rato el bulto que se formaba en las sábanas a causa de mis pies y, en un de repente, comencé a llorar en silencio, pensando en el hecho de que Erik decidió irse al final. Mi cuerpo se contraía ante los sollozos que intentaba reprimir sin mucho éxito.

Hace unas horas, sentí que había hecho lo correcto al haber hablado con Erik e informarle que tenía la opción de dejar Alexandria para volver con su verdadera gente sin que algún remordimiento se instalara en él. Pensé que, a pesar de que me dolería, él estaría feliz de tener la posibilidad de ir con los Salvadores. Ahora ya no estaba segura de si hice bien al dejarlo ir. No imaginé que la herida en mi pecho sería tan grande.

Limpié mis ojos con las manos y me levanté de la cama sin energías.

Cuando cambié mi ropa, salí de la habitación apresurada. Leila, Alan y Gill estaban en el primer piso, tomando el desayuno. Me pareció extraño que no hubieran decidido ir al comedor con los otros habitantes de la comunidad; pero de igual manera no le di importancia.

—Ally, esperábamos que despertaras. Alan se encargó de hacer el desayuno — anunció la rubia, aparentemente con ánimos de iniciar el día.

—Sí, al principio no teníamos fe de que saliera bien — comentó Gill —. Pero en realidad es bueno cocinando. Ven a probar.

—No tengo hambre.

Caminé hasta la puerta.

Sentí que una lágrima resbalaba por mí mejilla, así que la limpié lo más discreta que pude ser. Sin embargo no resultó.

—Allyson, ¿qué ocurre? — cuestionó Leila con un tono de voz preocupado.

—Dejé que se fuera.

Salí de la casa luego de pronunciar esas últimas palabras.

Afuera todos estaban en lo suyo. Solo deseaba unirme a ellos. Hacer las tareas que me correspondían y olvidar eso que me atormentaba.

Lamentablemente, me topé con Carl en el camino. Estaba ocupándose de la herrería acompañado de Henry, el hermano menor de Benjamin, y algunos otros hombres de la comunidad, quiénes se ocupaban de impartirles los conocimientos necesarios a los dos para ese trabajo. Cuando se dió cuenta de mi presencia, dejó lo que hacía. Le dijo algo a Henry justo antes de acercarse.

—Adivina quién aprendió a soldar como todo un profesional — no respondí. Mantuve la cabeza baja al caminar —. Exacto, Henry. A mí aún me hace falta algo de práctica — comentó, lánguido.

Al ver que no reí o mostré alguna sonrisa con sus palabras, me detuvo y vio mis ojos llorosos. Fue suficiente para preocuparse por mí.

—Allyson, ¿qué ha pasado? ¿Te encuentras bien? ¿Te lastimaste?

Alcé la vista. Sentía los ojos hinchados y era probable que mis ojos y la piel alrededor de ellos estuvieran de un color rojizo. Ya no salían lágrimas, pero estaba mal. Tenía un dolor en el pecho.

—Erik se fue. Le dije que podía irse si quería — confesé con un nudo en la garganta.

—¿De qué hablas? ¿A dónde fue? — preguntó, inquisitivo ante la información.

No me abandones: El final se acercaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz