106 Propiedad privada

294 28 8
                                    

Al amanecer, desperté sola dentro de la casa de acampar. Me incorporé con ayuda de mis brazos, tratando de hacer el mínimo esfuerzo en el abdomen o de otra forma la herida me provocaría ese ardor de nuevo. Saqué la cobija de encima mío y me coloqué ambos abrigos antes de asomar al exterior alguna parte de mi cuerpo.

Hacía bastante frío, más que el día anterior. Sentí mi nariz congelarse con las ráfagas de viento.

Carl estaba sentado en un tronco ya viejo que seguramente había pertenecido a un árbol que cayó mucho tiempo atrás. Delante de él, apoyado en el suelo, yacían dos mochila en las cuales metía un par de cosas.

—Preparé todo — me informó, sin mirarme —. Debemos apresurarnos, está haciendo más frío. Comeremos algo durante el camino.

Asentí con la cabeza, abrazándome.

Carl se veía cansado, se notaba en su rostro. De cualquier forma, eso no le impedía mostrarse vigoroso.

—Quitaré la tienda.

Dejamos aquel sitio muy atrás en tan pocos minutos, junto con el auto y las cosas que simplemente vimos que estaban de sobra como para traerlas con nosotros.

Tuve que cargar la cobija en mis brazos, porque el hecho de que el invierno estuviera a nada de hacerse presente lo hacía indispensable.

Por un largo tiempo no dijimos nada, simplemente caminamos sin rumbo, sin mencionar alguna cosa.

Los árboles se movían a causa del viento y, por consecuencia, algunas hojas ya secas caían desde lo alto y llegaban a parar al piso, junto con otras hojas muertas y de un color amarillento.

Caminar era realmente pesado con las mochilas cargadas de objetos necesarios para nosotros, pero de igual manera el frío nos daba la energía que el calor no hubiera podido proporcionarnos.

—¿Logras ver algo más allá de los árboles? — cuestionó Carl, mirando al alrededor.

Alcé la cabeza y observé con atención.

Esperábamos encontrar alguna edificación, pero por ahí no había absolutamente nada dónde refugiarse.

—No — respondí, desilusionada.

Me crucé de brazos y pegué la vista al suelo, mirando cómo se movían mis pies al caminar.

—Esto es una pesadilla — se quejó, adelantándose. Sus pasos se volvieron más acelerados —. Debe haber algo por aquí.

—Llevamos dos horas caminando — recalqué.

—Y ya parece una maldita eternidad.

Y era cierto, pero ambos sabíamos que encontrar un lugar donde resguardarnos no iba a ser una tarea fácil. Dos horas de camino no harían que mágicamente apareciera una enorme casa con bañeras, comida y dos cómodas camas para los dos.

Carl se detuvo a centímetros de mí, pero yo no me apresuré para alcanzarlo, simplemente avancé a mi paso hasta quedar a la par.

Antes de llegar a su lado, me detuve en seco al ver que me encontraba al medio de un sendero. Levanté la cabeza y volteé a la izquierda. Aquel camino se extendía cientos de metros, quién sabe a dónde llegaba.

—Carl — le llamé.

—¿Qué?

Se dió la vuelta con los brazos en la cadera y el entrecejo arrugado. Se había sacado los lentes y los llevaba colgando del abrigo. Era un acto muy común de él cuando el estrés lo atormentaba o tenía la necesidad de ponerse a pensar.

No me abandones: El final se acercaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن