103 Mi brillante estrella

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Durante tres meses, fui testigo de ese insoportable dolor que la pérdida de Alan y Gill dejaron en Leila.

Ella estaba tratando de ser fuerte, por supuesto que lo intentaba. Salía a las calles de Alexandria a cumplir con sus horarios de trabajo con la cabeza en alto y un rostro serio, como si en realidad nada hubiese pasado. Leila era bastante fuerte ante los demás.

Durante el día, cuando se encontraba rodeada de gente, los ojos se le cristalizaban de repente, pero lograba reprimir las lágrimas y la tristeza para mantenerse firme y dura, para demostrar que lo había superado... En las noches, al estar todo en silencio, se deshacía de todo ese peso que cargaba. Cerraba con seguro la puerta de su habitación y lloraba desconsoladamente. Sollozaba, gritaba, gemía ante el dolor y la tristeza que la agobiaban.

Leila siempre fue una chica reservada en cuanto a sus sentimientos más profundos, y verla sufrir de esa manera era algo nunca antes visto en ella y, por lo tanto, impresionante para las personas que la conocíamos.

Escuché a alguien bajar por las escaleras de la casa y pasar por detrás de mí. Yo me mantuve inmóvil en mi silla, con ambos codos recargados en la mesa.

Segundos después, una mano pasó por delante mío desde mis espaldas, dejando frente a mis ojos una hoja de papel llena de letras y números.

-¿Qué es esto?

-Lo que hace falta - contestó Carl -. Mi padre me pidió que la guardara para ir por provisiones.

-¿Justo ahora?

Me giré para mirarlo. Traía el cabello ligeramente mojado. Seguramente se había duchado hace ya unos cuantos minutos.

-No - negó con la cabeza -. Quizás mañana.

Se alejó de mí para ir al sofá por su mochila, la colgó sobre sus hombros y acto seguido se acercó a la puerta con una sonrisa que no dejaba mostrar sus dientes.

-Hoy quiero que me acompañes a un lugar especial.

Arrugué el entrecejo, extrañada.

-No me hagas esa cara - me reí. Él caminó hasta mí -. Solo acompáñame - me pidió en un tono bajo y suave.

Mirándome a los ojos, tomó mi mano con la suya y me llevó con él. Salimos de casa; caminamos por Alexandria, dirigiendonos a la entrada de la comunidad.

[...]

-Carl Grimes, ¿a dónde me llevas?

Cuestioné, aún con ambos ojos cerrados.

Habíamos tomado uno de los autos que Rick nos autorizó. Recorrimos el bosque por el camino que ya conocíamos durante un par de minutos, y después Carl se detuvo para poder adentrarnos entre los árboles a pie, no sin antes pedirme que cerrara los ojos para así darle mayor emoción a aquello que tenía preparado.

-Aguarda... No abras los ojos aún.

Obedecí.

Sus manos estaban sobre mis hombros, guiandome a quién sabe dónde.

-Aquí - él se detuvo y entonces yo hice igual. Me soltó y por el sonido de sus pisadas supe que se había posicionado a un lado mío -. Abrelos.

Abrí los párpados de a poco sin vacilar, adaptándome nuevamente a la luz del día que el sol se encargaba de proporcionar.

Delante de mí, a tan solo unos metros de distancia, había una especie de picnic con todo ya preparado. La comida estaba sobre una manta bien extendida, y visualicé un pequeño ramo de flores dentro de un jarrón. Lo más curioso de aquello, es que ese espacio predeterminado para una linda y tranquila comida, estaba rodeado de una valla que se sostenía de los árboles del alrededor.

No me abandones: El final se acercaحيث تعيش القصص. اكتشف الآن