84 Cuando todo se viene abajo

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Todo había salido bien. La lluvia cesó unos veinte minutos después, pero Carl se fue quizás cinco minutos antes de que mi castigo se diera por terminado. Dijo que me vería en la habitación para poder descansar.

Madi fue por mí una vez que oscureció todo. Abrió la puerta de la valla para darme acceso al otro lado del patio, y entramos al edificio. Ella no habló de nada con respecto a la compañía que tuve durante todo el día, simplemente se quedó en silencio mientras caminábamos por los pasillos. Me preguntaba si en realidad había estado vigilandome por las cámaras como afirmó que lo haría, o solo lo dijo para intimidarme y que de esa manera no desobedeciera a sus órdenes.

Finalmente, me dejó en la puerta de la habitación y entré sin decirle cosa alguna. Ahí estaban mis amigos, tomando sus lugares para dormir luego de un día de trabajo, al menos para ellos. Yo tomé ese castigo como una especie de descanso, gracias a la compañía que me hizo Carl.

Hablando de él, estaba recostado en su cama, pero al escuchar que la puerta se cerró, se levantó y me miró sonriente.

—¿Cómo estuvo todo? — preguntó Gill, a sabiendas de que me había ganado otro castigo en esos tres meses.

—Mejor de lo que imaginé — respondí, sin quitarle los ojos de encima a Carl.

Caminé hasta él con calma. Cogí mi ropa para las noches y antes de ir al baño para cambiarme, me dedicó un guiño de ojo.

Luego de un rato, las luces se apagaron y los seis nos recostamos en nuestras respectivas camas. Pasaron los primeros treinta minutos, en los cuales los demás lograron conciliar el sueño. En cuanto a mí, no pude hacerlo. Miraba el techo sin ganas de dormir, a pesar de que Madi me había levantado muy temprano esa mañana.

Todo era silencio, no existía ni un solo sonido flotando en el aire. Era tan solo calma en el lugar.

Me removí incómoda, soltando un bostezo. Entonces eché un pequeño vistazo a la cama debajo de la mía, en la cual dormía Carl. Forcé la vista un poco para ver su rostro con claridad entre la oscuridad. Veía el agujero cicatrizado, dónde alguna vez estuvo su ojo derecho. Pero no alcanzaba a ver si su único ojo se encontraba abierto, o talvez cerrado, indicando que estaba dormido.

—¿No puedes dormir? — susurró de repente, sacándome un leve susto.

—No — respondí con la voz baja.

—Tampoco yo.

Recargué la barbilla en el colchón y apreté los labios, buscando reunir el valor suficiente para pedirle algo que de alguna forma me avergonzaba.

—¿Puedes...? — me aclaré la garganta.

Carl colocó las manos debajo de su cabeza, dispuesto a escucharme.

No me abandones: El final se acercaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora