52.(C) como mi alma gemela

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CEDRIC

LXXX

¿Puede alguien llorar su propia muerte?

Respirar dolía, y se sentía vacío por dentro.

Todavía yacía congelado en su asiento cuando Malcolm apareció.

La sonrisa que llevaba se desvaneció al hallar a Cedric en su cama.

Luchando contra el impulso de arreglarse a sí mismo tanto como podía, sujetó el libro en su regazo y notó cómo los ojos de Malcolm se abrían.

—No irás a decirme que esto forma parte de la currícula de Adivinación, ¿no?

Malcolm viró su peso hacia un lado.

—No diría eso porque...

—Porque no pienso que lo creería, pero si quieres intentarlo...

—Cedric —suspiró Malcolm, dejándose caer junto a él—. Cedric, Cedric.

—Así que... Lo sabías, ¿cierto? Sabías que no solo saldría herido del Torneo.

—No estaba seguro al comienzo —respondió por lo bajo—. Se me ocurrió que tal vez... Tal vez estaba exagerando. Quizás la razón por la que el presentimiento se sentía peor que con Fred era porque eres mi mejor amigo desde primer año. Adoro a Fred, pero sé que esto es una conexión mayor. Distinta. Tomé ese libro porque aún tenía mis dudas.

—Ya no lo dudas —habló con una seguridad temblorosa.

Una mueca cruzó el rostro de Malcolm.

—Hablé con mi madre durante las vacaciones de invierno.

Su estómago cayó ante lo que ello implicaba.

Aquel Harry, Malcolm y ahora Cecily...

Demasiada evidencia apuntando hacia el mismo terrible hecho.

—No quise decírtelo y tampoco quise creerlo, pero me lo ha confirmado. Lo percibió ese día que viniste a mi casa, cuando te saludó... Un aire lúgubre, apagado. Sigo molesto con ella por no haberlo mencionado antes...

Recordaba la visita a los Preece y su insistencia en saber cómo estaba.

—Pensé que solo estaba siendo amable conmigo...

—Me parece que sospechó que quizás decidirías acabar con tu vida. A veces tiene ese presentimiento con ciertos pacientes.

—¿Y... —comenzó a preguntar Cedric, su garganta seca— qué les pasó?

La vida de alguien no siempre está en nuestras manos, dice mi madre. Qué va, si a veces tampoco está en las nuestras propias. Algunas veces ha ayudado a enmendarlo. Otras no ha sido posible. Dice que nadie carga la culpa de ello en la mayoría de los casos.

Se animó a verbalizar un rayo de esperanza que asomaba:

—¿Ella cree que... que se puede hacer algo al respecto?

—No ha querido darme ilusiones cuando no lo sabe.

Mierda, Malcolm. No puedo creer que esto esté pasando de verdad.

Lejos de inquietarse por lo inadvertido de su improperio, cerró los ojos fuerte.

Tratando de respirar aunque doliera.

Con la vista nublada, reparó en Malcolm.

La única razón por la que no se avergonzó de renovar las lágrimas que restaban en sus mejillas fue porque su mejor amigo parecía encontrarse en peores condiciones, con su codo sobre su pierna y una de sus manos tomando su cabello como si no le importara arruinar sus rizos perfectos.

El chico que amo -HEDRIC (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora