Capítulo 1

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Alanna De la Vega odiaba los espacios cerrados. Y las multitudes.

Por lo que, estar de pie, en la parte trasera de un autobús, a hora punta madrileña, con una treintena de personas más, pegadas unas a otras como sardinas enlatadas, era un verdadero infierno.

Aun así, se esforzó por mantener la calma. Cerró los ojos y trató de respirar hondo, frenando el torbellino de sensaciones que se despertaban en su interior cada vez que se sentía atrapada y con riesgo de morir asfixiada. Y empezó, mentalmente, a deletrear palabras aleatorias —«A, u, t, o, b, u, s». «C, o, n, d, u, c, t, o, r»—. Era una técnica que, normalmente, le funcionaba bastante bien para apaciguar la ansiedad.

Claro que, normalmente, Alanna no viajaba en transporte público. No, si podía evitarlo. Ella prefería caminar, aunque tuviera que salir con dos horas de antelación de casa. Algo que hoy, por desgracia, no había sido posible. Porque su querida jefa la había llamado a última hora para avisarle que tendría que ir ella a cubrir una entrevista en su lugar. Lo que, sin duda, empeoraba su estado de nervios.

Alanna había hecho un par de entrevistas durante los tres años que llevaba trabajando para Es Hoy, una plataforma digital orientada cien por cien a los jóvenes. Pero, tal era su miedo a lo desconocido, que siempre se las había estudiado al dedillo. De hecho, cuando la conversación se salía del guion previamente preparado, un escalofrío le recorría la columna vertebral, haciéndola tropezarse con sus propias palabras.

Pero esa mañana, todavía no tenía las preguntas. Ni siquiera sabía a quién iba a hacerle esa superimportante entrevista. Lo único que sabía es que era un chico. Porque Brenda le había prometido enviarle toda la información en su correo electrónico antes de encontrarse con él. Para colmo, no le gustaba que le hicieran esperar —o eso le había dicho su jefa—, y ella ya llegaba diecisiete minutos tarde. De ahí que sus rodillas no dejaran de entrechocarse. O que, pese al calor que envolvía la ciudad, un sudor frío la hiciera estremecerse.

Cuando la voz automática que anunciaba las paradas mencionó la suya, Alanna se apresuró a pulsar el botón de stop. Una vez bajo —con el viento soplándole la cara, permitiéndole respirar de nuevo—, ya había aceptado que tendría que inventarse la entrevista sobre la marcha. Pero ¿cómo iba a hacer algo así si no era capaz de preguntar en el súper si habían traído su té favorito?

Gracias a Dios que, en el mismo instante en que sus pies se detuvieron en la puerta de la cafetería, su móvil se activó con una notificación. El correo con las preguntas. Inspiró, llenando sus pulmones y expulsando el aire con lentitud. Se dijo que se las leería al entrevistado directamente y se dispuso a entrar en el local.

Antes, sin embargo, no pudo evitar echarle un vistazo a su reflejo a través del cristal.

Y, maldita sea, iba hecha un desastre.

El pelo, hinchado por la humedad, se le escapaba de la trenza en mechones desiguales. Y la camiseta de manga corta azul aguamarina que se había puesto debajo del peto vaquero empezaba a teñirse de un tono más oscuro por la zona de las axilas. Genial. Esperaba, al menos, no oler mal.

Se limpió el cristal de las gafas con la tela de la camiseta y, empujando la puerta con el hombro, se preparó para que el ruido retumbara con fuerza en su sistema auditivo.

El olor a café recién hecho le embargó las fosas nasales, abriéndole el apetito durante un segundo. El mismo que tardó en reconocerlo.

«No. No puede ser».

No podía tener tan mala suerte, ¿no?

O sí.

Definitivamente, ese día iba a ser el de su muerte.

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now