Capítulo 90

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SEPTIEMBRE


—¿Piensas quedarte ahí toda la tarde?

Marc le lanzó un cojín a la cara, pero Nick ni siquiera parpadeó. Sus ojos seguían puestos en la película que estaba viendo. Django, de Leo Dicaprio, la cual ya había visto una docena de veces, pero y qué, le hacía evadirse un poco de la realidad.

Igual que las otras treinta y seis películas que llevaba a lo largo del mes.

Un mes.

Había pasado un puto mes desde que cargó sus maletas en el coche y se marchó de Torreluna. El verano había dado paso al otoño, aunque el calor en España seguía siendo insoportable. Madrid había vuelto a su frenesí diario. Caravanas en la M-30, carreteras colapsadas por el tráfico mañanero, turistas y no turistas tratando de abrirse paso por las calles del centro, los comercios llenos y la ciudad rebosante de energía.

De la cual él no conseguía contagiarse.

De día, trabajaba como un cabrón. Al final, había aceptado hacer la película, más por mantener la mente ocupada, que por ganas. Y de noche, no dormía. Se pasaba las horas dando vueltas en la cama, echando de menos su cuerpo caliente, su piel suave, su olor dulce... La echaba tanto de menos que apenas había espacio para nada más.

Mentiría si dijera que no había preguntado por ella. O que no había tenido que apagar el teléfono y esconderlo durante una noche entera para no caer en la tentación de llamarla. De mandarle un mensaje. Un «hola ratona, cómo estas». No lo había hecho.

En su lugar, se obligó a centrarse en estudiarse el guion y preparar la exposición. Erika había quedado encantada con sus fotos. «Esto es alma, Nick», le había dicho mientras contemplaba con una sonrisa una de ellas. En concreto, una en la que salían Daphne y Alanna bailando. Él se había mordido la lengua para no decirle que «ella era alma». La puta estrella que había iluminado su inspiración. Y ni siquiera podía decírselo.

Lo que sí había hecho era enviarle una invitación para la inauguración, que sería a mediados de noviembre, y que estaría abierta al público durante cuatro semanas completas. Tenía que reconocer que le había temblado el pulso al escribir su nombre en el tarjetón. Era tontísimo, lo sabía.

Pero solo quería volver a verla.

Aunque fuera a lo lejos, en medio de un centenar de personas. Sin la opción de acercarse y hacerla sonreír. De tocarla. De... volver a sentirla. Pero necesitaba que estuviera allí. Porque Alanna había formado parte de ese proyecto desde el principio.

Venus, la única a la que le había dado la suficiente lástima como para ceder, le había dicho que Alanna estaba viviendo en Madrid. Él no había querido preguntar la dirección, la cual seguramente no le hubieran dado, por si cometía el error de ir a buscarla. También le había dicho que había empezado a estudiar a distancia a la par que trabajaba en una librería. Eso lo hizo sonreír. Porque a su pelirroja le encantaban los libros, sí. Pero, seguramente, estaría haciendo un gran esfuerzo al exponerse a uno de sus mayores miedos: hablar con gente desconocida.

Mierda, joder, otra vez esas estúpidas ganas de saber de ella. De preguntarle si estaba bien. Si había tenido ataques de pánico o le estaba costando dormir. Si pensaba en él... aunque fuese de refilón.

Se tapó la cara con el cojín que le había lanzado Marc y que él había atrapado en el aire. Nada estaba saliendo como esperaba.

—Nick, joder, ¿puedes dejar de compadecerte de ti mismo y empezar a actuar como un adulto? Tienes treinta y un años.

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora