Capítulo 27

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—¿En serio? ¿El vertedero era tu súper idea?

¡Por el amor de Dios! ¿Es que esta mujer no pensaba con claridad o qué?

—Una de mis súper ideas —puntualizó ella, bajando de la moto y quitándose el casco.

El cabello se le quedó hecho un revoltijo desordenado que le daba un aire de mujer salvaje. Espera, ¿qué? ¡No! ¿En qué diablos estaba pensando? Alanna no era salvaje. En absoluto. Ella, más bien, era... todo lo contrario. Seguramente, de las modositas y sosas en la cama. ¿Y por qué cojones estaba pensando él en la vida sexual de Alanna? La que, definitivamente, le importaba muy poquito.

Aun así, la miró de refilón. Sus pantalones naranjas, su camiseta blanca y esas piernas interminables. ¿Sería sosa?

—¿Cuántas tienes? —se centró en la conversación.

Definitivamente, era mejor que imaginarse a Alanna en una cama.

—¿Unas diez? —se encogió de hombros.

—¿Diez? —la miró de reojo—. Pues si todas son igual que esta te quedan cero.

La vio fruncir el ceño, ofendida, y no pudo evitar sonreír para sí mismo.

En realidad, no creía que fuera sosa. Modosita, quizá. Pero solo al principio. Porque una vez cogía confianza... se encendía con una rapidez asombrosa. Nick disfrutaba incitándola, pues entraba en su juego con una facilidad de lo más estimulante.

Al principio, solo deseaba quitársela de encima. Mandarla a cualquier maldito lugar, pero bien lejos de él. No obstante, después de todo este tiempo, ella se había hecho —a empujones eso sí— un extraño hueco en su vida y, maldita sea, a Nick le gustaba estar con ella. Le gustaba su imprevisibilidad, que nunca supiera por donde iba a salir y su peculiar sentido del humor. Hacían que Nick tuviera que mantenerse siempre alerta, siempre pendiente. Por eso, cada vez era más peligroso tenerla cerca.

Razón número dos de porqué estaban allí: en un puto vertedero que olía a putrefacción. Él con su cámara colgada al cuello, observando como Alanna, con su metro setenta y largos, se colaba por una pequeña rendija que le habían hecho a la valla de metal.

La primera era porque ella había aparecido de la nada en la puerta de su casa.

—No pienso entrar ahí. Olvídalo —afirmó él, haciéndose una idea de cuántos insectos barra ratas reales podrían esconderse entre todos esos escombros.

Ella, que había conseguido entrar, lo miró por encima del hombro.

—Venga ya, Nick —chasqueó la lengua—. Ni que fueras un cobarde.

Él la miró con suficiencia.

—No soy ese tipo de tío.

—¿Qué tipo de tío?

—De los que se ofenden si los llamas cobardes.

Alanna pestañeó, como si no hubiera esperado esa respuesta en absoluto, y lo miró con esa inocencia que la rodeaba casi siempre, aunque Nick sabía que no era cierta. No del todo, al menos. Porque había comprobado de primera mano que debajo de esa piel blanca y llena de pecas, había fuego.

Un fuego que cada vez le estaba costando más evitar.

—Está bien —asintió—. Pues entonces —cambió de táctica—, entra para que puedas hacer las fotos e irnos cuanto antes.

—¿Me puedes explicar por qué piensas que hacerle fotos a un vertedero va a inspirarme en algo?

No lo entendía.

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now