Capítulo 81

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Entró a hurtadillas en su habitación, tratando de hacer el menor ruido posible. Primero, porque eran las cuatro de la mañana y todos estarían profundamente dormidos. Después, porque con solo verle la cara sabrían que algo había pasado.

Las lágrimas manaban de sus párpados como riachuelos embravecidos y no parecían querer detenerse. De hecho, tuvo que presionarse los labios con las manos para que los sollozos no hiciesen eco en el silencio de la casa. Al menos, hasta que se dejó caer en su cama y ahí, sí, cubriéndose la cara con el almohadón, dejó que su cuerpo llorase hasta quedarse seca. Hasta que alcanzó una sensación de quietud que le permitió poder respirar de nuevo.

Alanna no había planeado confesarle su amor a Nick. Es más, en el mismo instante en que dijo «te quiero» había deseado poder retirarlo. Solo por no ver la cara de susto que se le había quedado a él. Por no ver el rechazo escrito en sus facciones.

Sin embargo, no se arrepentía. Quizás, porque si no lo hubiese dicho en esos momentos, cuando él estaba susurrándole cosas preciosas, no lo hubiese hecho nunca. ¿Qué había esperado? ¿Qué le sonriese y le dijese que también la quería? ¿Que estaba dispuesto a dejar todos sus miedos de lado por ella? Ya, claro, qué ilusa había sido.

Y qué tonta al enamorarse de un chico como Nick.

Porque por muy dulce y encantador que fuera, por mucho que la hubiese tratado como a una novia en más de una ocasión, Nick se lo había dejado claro: él no quería enamorarse.

Para él, todo lo que habían vivido estos meses solo había sido un rollo de verano. Una relación de dos amigos con derechos. Porque eso había sido ella todo este tiempo: una amiga.

Una amiga con la que había compartido noches que empezaban con sexo y acababan con conversaciones interesantísimas a altas horas de la madrugada. Besos en cada rincón de Torreluna. Abrazos furtivos y bailes descompasados.

Una amiga a la que le había permitido conducir su moto, entrar en su casa, dormir en su cama y darle de comer a Nyurca. No había evitado el contacto en público, ni delante de sus amigos, así como le había hecho frente a su madre por ella.

Una amiga con la que se había dejado llevar durante el verano.

Pero, finalmente eso, una puñetera amiga.

Las ganas de llorar se hicieron nuevamente con el control de su cuerpo. No las frenó. Necesitaba soltar, liberar todo lo que llevaba dentro.

Tenía que aceptarlo, aunque le costase.

Se había enamorado completamente de un chico que no la correspondía. Y por mucho que le doliese el corazón, que sintiese un agujero inmenso en el centro de su pecho, no podía derrumbarse. No quería hacerlo.

Se había pasado toda su vida sentada en una esquina. Siempre esperando. Unas palabras bonitas de su madre, el cariño de su hermano, una conexión especial con alguno de sus primos, la aceptación de sus compañeros de clase...

Se había pasado toda su vida esperando a que llegase el momento perfecto para empezar a vivir. Y apenas ahora se daba cuenta de que ese momento perfecto no existía. Que la vida era un carro con dos ruedas y sin frenos. Que no se detenía jamás. Y que, si querías montarte en ella, tenías que hacerlo en marcha, sin importar el minuto exacto en el que lo hacías. Lo único importante era subirte. Después, ya verías qué camino tomar.

Y Alanna, a sus veintiocho años, había decidido que quería agarrarse a ese carro y tirar hacia delante. Hacia donde su propio yo la llevase. Porque ya no quería seguir siendo la chica cobarde y miedosa que nadie recordaba nunca. La tímida e introvertida que no hablaba por no ofender, que se esforzaba por no molestar y se conformaba con migajas.

Tampoco quería trabajar para Nick, ni ser periodista. Quería ayudar a niños con familias desestructuradas a integrarse en la sociedad. Quería luchar contra los abusos y la marginalidad. Quería darles amor a todas esas personas que no lo habían recibido nunca. Para que, cuando crecieran, no tuvieran que buscarlo en cualquier lado. En cualquier persona. En cualquier lugar.

Había llegado el momento de coger las riendas de su vida.

De dejar de esperar que Nick perdiera el miedo al amor y se atreviese a quererla.

De dejar de ser la chica que nunca rompía un plato.

Y ganarle, por fin, la batalla a la ansiedad. 

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora