Capítulo 91

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NOVIEMBRE

Alanna se puso el gorro de lana en cuanto salió de la estación de tren de Torreluna. A diferencia de la ciudad, el frío ya calaba los huesos en el pueblo.

No llevaba equipaje más que una mochila con su ordenador y una carpeta con apuntes de la universidad, la cual estaba estudiando a distancia. Gracias a Axel, y también, para qué mentir, a un par de contactos de su tío Sergio, le habían aceptado la solicitud a un mes de empezar las clases. Y, sinceramente, estaba contentísima con la elección que había hecho.

Ahora, vivía en Madrid, pero visitaba bastante Torreluna. Cuando lo hacía, solía quedarse a dormir en casa de su hermano. Al principio, les había costado un poco aclimatarse. O, al menos, intentar que las cosas no fuesen extrañas entre ellos. Pero ya casi lo habían logrado.

De hecho, era Axel el que estaba esperándola, con una sudadera con capucha y nada más, apoyado en uno de los postes de la estación.

—¡Hola! —La saludó con un beso en la sien. Ella sintió un calorcito agradable extenderse por su pecho. ¿Alguna vez se acostumbraría al cariño de su hermano?—. ¿Qué tal ha ido?

—¿No tienes frío? —Se pisaron al hablar.

Los dos se rieron.

—Llevo una térmica debajo —le explicó él.

—Ha ido... mejor de lo que esperaba —le respondió ella.

Se refería a la presentación que había tenido que hacer esa mañana en la universidad. Nada más plantarse delante de todos, había querido salir corriendo. Pero, con fuerza de voluntad y poniendo en práctica los consejos de su nueva psicóloga, finalmente se había relajado y lo había hecho.

La misma fuerza de voluntad de la que llevaba haciendo uso desde que puso, de nuevo, un pie en Madrid. Aunque mentiría si dijera que no seguía teniendo un nudo horrible en la boca del estómago. No porque tuviera miedo de cruzarse con su madre, ya ni siquiera vivía cerca de ella, y su tío Sergio le había contratado un abogado para que la ayudase a lidiar con el banco y las cooperativas de microcréditos.

Lo que tenía era miedo de verlo a él.

A pesar de llevar más de dos meses sin hablar, Alanna no había podido no informarse sobre su vida. Tampoco le fue muy difícil, pues últimamente estaba siendo noticia en casi todos los medios de comunicación. No solo por la película que estaba grabando para una plataforma de streaming, sino también por su ya casi inminente exposición fotográfica. Si no le fallaban los cálculos, y rara vez lo hacían cuando se trataba de Nick, el viernes de la semana siguiente era el primer fin de semana que estaría abierta al público.

Y ella había recibido la invitación.

Cuando Axel le entregó el tarjetón, a Alanna casi se le sale el corazón del pecho. Lo abrió, claro que sí. Hubiera sido imposible tirarlo a la basura sin abrirlo. A fin de cuentas, ellos... ya no hablaban, nunca, pero seguían teniendo un lazo en común: su familia.

Se alegró muchísimo de ver que, al final, había podido lograr su sueño de exponer. Estuvo mirando el móvil durante tres días por si le llegaba un mensaje. Se planteó enviarle uno ella, pero descartó la idea al instante.

Ella sabía que Nick era de las pocas cosas buenas que le habían pasado en la vida. Y que gracias a la confianza que él había depositado en ella, a lo preciosa que le había hecho sentirse todos los días, el interés y las ganas de pasar tiempo con ella... la habían ayudado a allanar el camino para encontrarse a sí misma.

Y por eso siempre le estaría agradecida.

Pero no iría a su exposición.

Primero, porque no estaba preparada para ver las fotografías del mejor verano de su vida expuestas en una sala llena de gente y prometer aguantarse las ganas de llorar. Y después, porque seguía queriéndolo con todo su corazón, pero él ya no la quería a ella.

O eso decían las redes sociales y todas las fotografías que se habían filtrado de él acompañado de su compañera de rodaje. Tan diferente a ella que dolía.

No había querido hablar con nadie del tema. Le importaba un pepino que todos le dijeran que tendría que haber una explicación coherente. Ella no iba a pedírsela. Había perdido ese derecho en el mismo instante en el que se alejó de él.

Y lo había perdido para siempre.

—¿Alanna? —Escuchó que le preguntaba Axel de camino al coche.

Su hermano tenía el típico SUV de color verde oscuro y barras de metal en la parte superior.

—Eh, ¿me has dicho algo?

La sonrisa de Axel ya era como llegar a casa.

—Unas veinte palabras o así.

Hizo una mueca.

—Perdón, no estaba prestando atención. —Porque Nick Ríos ocupaba la mayor parte de sus pensamientos—. Dime.

—Creo que antes de ir a casa de Lucas deberías saber que...

—Está Nick —terminó ella por él.

Axel la miró en silencio un segundo, probablemente sopesando cómo lo sabía si el resto de su familia se había guardado mucho de decirlo, tanto que ni siquiera habían hecho el mítico grupo familiar, pero asintió.

—Lo suponía.

Encogió los hombros y los dejó caer.

Nick y Lucas eran amigos desde que iban en pañales. Las únicas veces que no habían asistido al cumpleaños del otro cuando se había celebrado había sido por motivos laborales. Pero Nick actualmente estaba en Madrid y Lucas y Daphne habían regresado de París justo para asistir a la exposición, por lo que no le costaba nada coger el coche y plantarse allí para celebrar los treinta y uno de su mejor amigo.

—No me importa. —Mentira.

Llevaba con la tripa revuelta desde que se había despertado por la mañana. Se había planteado setenta veces decir que había perdido el tren o cualquier excusa, porque de pensar en volver a verlo toda ella entraba en pánico.

—Ya, claro.

Axel sonrió y Alanna quiso golpearle por la expresión que denotaba esa sonrisa. En cambio, subió el volumen de la música mientras su hermano arrancaba y ponía rumbo a casa de Lucas, donde seguramente ya estarían todos esperándolos, pues ya eran casi las nueve de la noche.

Diez minutos después, Axel aparcó y a Alanna se le subió el estómago a la garganta. No iba a salir. No podía hacerlo.

Además, ¿por qué narices no le había hecho caso a la voz de su conciencia y se había arreglado un poco? No. Claro que no. Ella había decidido que unos vaqueros anchos, una sudadera sin capucha y unas zapatillas ya estaba bien. Total, era un cumpleaños familiar en casa de Lucas. Qué más daba si el hombre más guapo del mundo, del cual seguía enamorada hasta las trancas, iba a estar allí. ¿Qué narices había querido demostrar? ¿Qué no le afectaba lo más mínimo su presencia?

Ya, pues esa demostración se fue a pique en cuanto Lucas les abrió la puerta y los dejó entrar. En cuanto Alanna puso un pie en el salón y, de todas las cabezas que había allí reunidas, sus ojos solo se fijaron en una. Una rubio oscura y con el pelo perfectamente peinado hacia arriba con gracia.

Sus piernas perdieron estabilidad y casi se cae al suelo cuando sus ojos se giraron a mirarla, deteniendo el tiempo. Su corazón golpeó con fuerza sus costillas, como si verlo lo hubiera devuelto a la vida. Como si hubiera reconocido a Nick y quisiera salir corriendo en su dirección para pedirle que no volviera a irse de nuevo. Que, sin él, no bombeaba igual. Que perdía fuelle.

Las voces que sonaban de fondo, procedentes del resto de su familia, se callaron de golpe al ver que se habían encontrado después de casi tres meses. Los miraban con curiosidad, seguramente preguntándose si todo estaría bien entre ellos. Si había sido buena idea juntarlos tan rápido. Si... se comportarían como dos adultos.

La respuesta la dio Nick al asentir brevemente con el mentón y girar la cabeza en dirección a Venus, con quien había estado hablando antes de que ella llegara, y retomar la conversación tan normal. Como si verla no le hubiera provocado absolutamente nada.

Y, probablemente, así había sido.

Alanna apretó la mandíbula, manteniendo a raya las ganas de llorar, y se dispuso a saludar a todo el mundo. Fingiendo, lo mejor que pudo, que todo su cuerpo reaccionaba de forma exagerada a su presencia. 

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ