Capítulo 40

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Estaba anocheciendo cuando un claxon comenzó a pitar a lo loco fuera de su casa, con una insistencia casi preocupante. Alanna cerró el libro que estaba leyendo y, dejándolo encima de la mesa del comedor, salió a ver qué estaba pasando. Quizá algún coche se había quedado tirado o necesitaba ayuda. Sus primas debieron de pensar lo mismo, porque las cuatro se encontraron afuera en la terraza con cara de circunstancia.

El claxon se detuvo y el chasquido de una puerta abriéndose indicaba que el pasajero estaba bien. No es que hubieran escuchado ningún ruido que les hiciera pensar que había habido un accidente, pero nadie tocaba la bocina de su coche solo por placer, ¿no?

Venus fue la primera en dirigirse hacia la entrada del chalé, las demás fueron detrás y, antes de abrir la puerta de metal de unos tres metros de alto, que daba a la explanada exterior, una voz muy, pero que muy, conocida se coló por las rendijas.

—¿Se han largado todas o qué?

Una sonrisa tan grande como esa casa se dibujó en el rostro de Alanna.

—Igual las has matado tú de un infarto, Bambi —objetó su primo, con ese tono que solo utilizaba cuando quería vacilar a su novia.

—Serás exagerado, ¡si ha sido un pitidito de nada! —le rebatió ella.

Y el corazón de Alanna se infló tanto en su pecho que temió que fuera a reventar.

Su prima tardó un poco más de la cuenta en retirar los tres pestillos con el que cerraban ese portón, pero en cuanto lo hizo, las cuatro primas se lanzaron en tromba hacia los recién llegados, sin esperar si quiera a que estos entraran primero.

La primera en llegar a su hermano fue Kala, que se colgó como un koala de su cuello, y arrastró a Daphne en el camino. Venus los siguió y Lia, que normalmente solía mantenerse al margen de las muestras de afecto. Alanna esperó pacientemente a que sus primas dejaran hueco para acercarse a la persona que más había echado de menos de todas, después de estar casi tres meses sin verla.

—¡Alanni! —exclamó Daphne, dejándose envolver en un abrazo de oso. Porque, claro, Daphne no era excesivamente bajita, pero ella era muy alta.

—Daph —se tragó el nudo de la garganta porque no le apetecía llorar—. ¿Por qué no me has dicho nada?

—Era una sorpresa.

—¿Habéis venido a quedaros? —quiso saber Kala.

—Nos quedamos hasta después de Santa Luna —asintió Lucas, tan alto, tan moreno, tan guapo como siempre—. Daph ha podido cuadrar las vacaciones para poder llegar una semana antes.

—¡Qué ilusión! —Venus rodeó a Lucas con los brazos y se quedó allí, quieta.

Lucas siempre había tenido una conexión muy especial con Venus, más que con el resto de sus hermanas. De hecho, alguna vez, Alanna había llegado a pensar que Lia podía sentir envidia de ese vínculo, aunque nunca lo mostrase, o quizá lo mostraba todo el tiempo y, por eso, actuaba de esa forma tan hostil. Una sensación cálida, casi protectora, se apoderó de ella e hizo que buscara a Lia y, con sutileza, dejara caer sus brazos sobre sus hombros, mientras caminaban todos juntos a la parte trasera de la casa, donde solían pasar el día.

—Os quedéis a cenar, ¿verdad? —preguntó Kala—. Estamos haciendo tortilla de patatas.

—Oh, Dios, sí —el sonido que salió de la garganta de Daph fue casi orgásmico—. ¿Sabéis el tiempo que hace que no me como una tortilla de patatas?

—Te hice una el otro día —saltó Lucas desde atrás.

Su novia lo miró por encima del hombro y volvió a afirmar.

—¿Sabéis el tiempo que hace que no me como una tortilla de patatas? —y como si una parte de sí misma se sintiera culpable, buscó a Lucas con los ojos antes de añadir—. Lo siento cariño, la cocina no es tu fuerte.

Lucas hizo un mohín, pero se rio también.

—Pues no hay más que hablar: tortilla para todos.

—Y jamón —pidió Lucas.

—Y queso —se unió Venus.

—Y aceitunas también, por favor —agregó Daphne.

—Y de postre, tarta de chocolate —esa fue Kala, con su sonrisa más canalla.

Todos estuvieron de acuerdo y se levantaron para ir a la cocina a echar una mano. Alanna sonrió feliz por tener a su mejor amiga en casa. Ya no tendría que conformarse con un mensaje o una videollamada cada vez que la necesitase. Se moría de ganas por sentare a charlar con ella durante horas y ponerse al día. Por pasar tiempo con ella y volver a sus andadas.

Eso la hizo acordarse de Nick. Seguro que él también se moría de ganas por pasar el rato con su mejor amigo. Por eso, solo por eso, y no porque deseara volver a verlo a pesar de que se vieron anoche, sacó el móvil del bolsillo y le escribió un mensaje.

Deberías venir a mi casa.

Lucas y Daphne están aquí.

Han llegado de sorpresa.

Él contestó al minuto.

¿Qué dices?

¡Voy para allá!

No empecéis a cenar sin mí.

Alanna puso los ojos en blanco, pero acabó mordiéndose una sonrisa. Se había despertado un poco enfadada con él, por lo idiota que fue ayer en el club, pero ya no lo estaba. ¿Cómo podía estarlo después de las tres cosas sobre ella que le había dicho? Lo de los donuts era fácil, casi obvio, pues Alanna se había comido una docena en su presencia. Sin embargo, que se hubiera fijado en las portadas de los libros que leía para determinar que su género favorito era el romántico le aceleraba el corazón. Por no hablar de su «te encanta que los rayos del sol te den en la cara» que había destrozado todas sus defensas. Porque Nick Ríos había descubierto uno de sus grandes placeres de la vida y eso solo podía significar una cosa: había estado observándola.

¿Podía ser más mono? ¿Y ella más tonta? Porque algo tan simple como conocerla la hacía inmensamente feliz.



Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin