Capítulo 50

88 15 2
                                    

Alanna llamó al timbre de casa de Nick consciente de que llegaba tarde. Solo esperaba que no estuviera de malhumor, porque lo que menos le apetecía era discutir con él ya de buena mañana. Sobre todo, después de la pésima noche que había pasado.

Pero Nick no parecía enfadado cuando le abrió la puerta. Lo que sí estaba era muy desnudo debajo de ese fino pantalón deportivo que caía por debajo de sus caderas, dejando mucha piel bronceada al descubierto.

—Hola ratona —la saludó con una bonita sonrisa que le quitó el aliento.

—H-hola —balbuceó en respuesta, fracasando en el intento de no admirar cada centímetro de su torso hasta detenerse, un segundo más de la cuenta, en la uve marcada de su abdomen. ¿Por qué tenía que estar tan bueno?

—¿Todo bien por ahí abajo? —inquirió él, en tono burlón, al percatarse de donde estaban puestos sus ojos.

Las mejillas de Alanna se tiñeron de un rojo intenso, Dios, ¡qué patética era!

—Eh sí —carraspeó, volviendo a su cara, que tampoco le hacía las cosas fáciles—. Yo... no he traído café —soltó por soltar, porque de alguna manera tenía que camuflar su incomodidad.

—¿En serio? —simuló ofenderse—. Pues sin café no trabajo, pelirroja.

Ella se mordió el labio, cambiando su peso de un pie a otro.

—Lo siento, yo... eh, me he dormido y no me ha dado tiempo a ir a...

—Es broma pelirroja —la interrumpió con una sonrisita—. Anda pasa, hoy invito yo.

Se apartó de la puerta para dejarla entrar y se encaminó hacia la cocina.

La casa del pueblo de Nick no era mucho más grande que su apartamento en Madrid, pero sí infinitamente más acogedora. Esta, en lugar de un pisazo dúplex con más de doscientos cincuenta metros cuadrados, era una casita de pueblo con dos pisos y buhardilla a la que no le faltaba un pequeño jardín con piscina. Ella, aunque solo había visto la entrada, el salón y ahora la cocina, la encontraba mucho más cálida que la de la ciudad.

Se fijó en la cantidad de fotografías que Nick tenía desperdigadas por la mesa del comedor que separaba el salón de la cocina. También había unas cuantas encima de la estrecha isla que sobresalía por uno de los laterales de la encimera en forma de «u».

—He comprado té de caramelo —dijo él, como si nada, como si esas palabras no hubiesen impactado en el centro de su pecho. Porque Nick no había comprado té de caramelo por comprar. ¡Nadie compraba té de caramelo por comprar! Lo había comprado para ella—. ¿Quieres uno?

Ella asintió.

—Gracias. —«Por ser tan increíble», fue lo que se calló.

Lo vio moverse por la cocina, con todos esos músculos en funcionamiento y deseó tener la libertad de acercarse a él y rodearle la espalda con los brazos. Apoyar la nariz en el hueco entre sus escapulas e inhalar el olor de su piel. Quizá, darle un besito tontorrón en la parte baja del cuello.

—¿Por qué te fuiste ayer sin despedirte? —preguntó, redirigiendo sus pensamientos hacia camino más seguro.

¿A quién quería engañar? Hablar de Oliver con Nick era cualquier cosa menos segura. De hecho, de serlo, la noche anterior hubiera sido capaz de enviar un mensaje con la misma pregunta.

—Porque estabas muy bien acompañada —respondió él, con un tono de voz ominoso—, y no quería interrumpir.

Nick apoyó la cadera sobre la encimera mientras esperaba a que su café se hiciese y el agua para su té hirviese.

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora