Capítulo 22

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El cartel que anunciaba la llegada a Torreluna estaba pintarrajeado con espray verde, seguramente obra de algún adolescente con aires de grafitero. Nick lo sobrepasó con el coche, cogiendo el desvío a la derecha y adentrándose de lleno en el corazón de su pueblo.

El de Nick.

Y el de Alanna, en parte.

Porque Torreluna, con sus casas viejas e irregulares, sus enormes chalés a las afueras, sus pequeñas tiendas, su propia academia de baile y un lago rojo precioso, tenía una historia que contar de Nick.

De Lucas y de Venus. Incluso de Daphne.

Pero no de ella.

No importaba los años que hubiera vivido allí...

Su mente no profundizó en ese pensamiento porque vio a Nick entrando en la gasolinera.

—¿Vas a poner gasolina otra vez?

Él frenó en un expendedor y la miró.

—El combustible se agota cuando utilizas el coche, lo sabías, ¿no?

—Ja-ja —hizo una mueca—. Deberías ser comediante en vez de actor.

—¿Y quién dice que no puedo ser las dos cosas a la vez? —le guiñó un ojo con una sonrisa socarrona.

Ella puso los ojos en blanco.

—Eres más tonto...

—Lo sé —Su risita se tornó sonrisa—. Pero te encanta.

—Si claro —bufó. Y el aire que salió por sus labios le levantó unos mechones de pelo que caían por encima de las patillas de sus gafas—. Eso es.

Y aunque sonó súper desenfadada, por dentro era todo gelatina.

—Solo voy a rellenar el depósito —explicó él, después, como siempre, de tomarle el pelo—. Así lo dejó listo para la vuelta a Madrid.

Ella quiso preguntarle si no pensaba gastar el coche durante su estancia aquí, pero él ya se había marchado. Alanna también salió. Necesitaba estirar las piernas y respirar aire fresco.

El sol de mediodía ya quemaba con ganas, pero no era irrespirable como en la ciudad. Algo que agradeció, porque estar metida durante dos horas y media con Nick en el coche era una tarea ardua para alguien que se moría de ganas cada vez que lo tenía cerca.

Entró en la gasolinera y buscó las neveras para coger una botellita de agua fría. Además, cogió un paquete de patatas fritas porque, a pesar de haberse comido un sándwich hacía cosa de un par de horas, volvía a tener hambre.

Sintió, en todo su recorrido, una mirada sobre ella. Echó un vistazo hacia atrás y, efectivamente, desde la caja, el dependiente la estaba mirando con algo parecido a la curiosidad. Y podría haberle dado mal rollo si no fuera porque el chico era bastante atractivo.

En realidad, debería haberle dado mal rollo igualmente.

Pero no lo hizo.

Es más, fue hacia él. Porque tenía que pagar.

—Hola —saludó, dejando su elección sobre el mostrador.

—Hola —respondió él con una sonrisa. Una sonrisa impecablemente blanca. Y pasó los códigos de barras por la máquina—. Son cinco euros.

Jolín, cinco pavos una botella de agua de 0,75 cl. y un minúsculo paquete de patatas fritas, ¡qué timo! Sacó algunas de las monedas que llevaba en un mini monedero dentro de su bolsa de tela —intentaba no utilizar la tarjeta de crédito por razones obvias—, y dio el dinero al chico, que no dejaba de observarla. Hasta que, por fin, le hizo la pregunta que, seguramente, le había estado rondando la cabeza desde que la había visto entrar:

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now