Capítulo 78

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Axel derramó una segunda lágrima.

—Yo... estaba deprimido por aquel entonces. No salía de la cama. No tenía fuerzas para nada. Ni siquiera para vivir. No me negué a ayudarte, eso te lo prometo. De hecho, ni siquiera recordaba esa llamada hasta que me hablaste de ella el otro día. Tengo el vago recuerdo de que llamaste, pero... tenía la mente tan embotada por las pastillas que ni te presté atención. Recuerdo pensar que ya tenía suficiente mierda yo como para escuchar la tuya. —Axel se tapó la cara con las manos—. Te dejé sola, por el amor de Dios. Te dejé sola contra ese hijo de puta. ¿Qué clase de persona soy? Tendría que haber supuesto que si me llamabas era por algo importante...

Ella se tragó el nudo que le impedía hablar y se atrevió a poner la mano encima de la cabeza de su hermano, acariciándole el pelo. Axel no dudó. Se acercó a ella y la abrazó, tan fuerte que casi la rompe en dos. Dejó caer la cabeza en la curva de su cuello y comenzó a llorar, desconsoladamente. La coraza que Alanna había erigido en torno a él se resquebrajó, y aunque todavía no tenía muy claro si ese pretexto le servía, le devolvió el abrazo. Y lloró con él.

—Lo siento, Alanna. De verdad. Yo... sé que no es excusa —continuó él, mirándola de nuevo, secándose las lágrimas—. Pero de verdad que yo también estaba pasando por uno de los peores momentos de mi vida. —Algo cruzó la mirada de su hermano.

Y Alanna supo que esa era la verdadera razón por la que Axel, aquella noche, le colgó el teléfono.

—¿Qué?

Axel se tiró del pelo, despeinándose los rizos, y la miró con un dolor crudo en los ojos que la dejó sin aliento.

—Cuéntamelo, por favor —le suplicó ella—. Necesito entenderte. Necesito perdonarte...

—Hacía pocos meses que había enterrado a mi novio.

El corazón de Alanna se rompió en pedacitos al escuchar esas palabras.

—¿Cómo?

—Cuando papá falleció, me convertí en un niño muy miedica. Todo me asustaba. Y eso hizo que creciese casi sin amigos. Para colmo, a los catorce descubrí que me gustaban los chicos y eso lo complicó todo demasiado. No fue hasta que entré en la universidad que empecé a soltarme un poco. A encontrarme a mí mismo. A ser más yo que nunca. Y en parte fue gracias a él. —La pequeña sonrisa que esbozó hablaba del amor inmenso que había sentido por ese chico—. Con Diego todo fue fácil, ¿sabes? Era uno de esos tíos que irradiaban luz y color, que siempre estaba de buen rollo con todo el mundo. Le encantaba pintarse los ojos y ponerse ropa llena de brillos. Era increíble y fue inevitable no enamorarme de él. —La miró con nostalgia—. Algún día te contaré la historia de como consiguió embaucarme.

Ella asintió con gesto triste mientras observaba como Axel ordenaba sus pensamientos.

—Un día salimos a una discoteca y nos topamos con un grupo de tíos que comenzó a meterse con nosotros. A llamarnos «maricones de mierda», «enfermos» y un millón de cosas más. Decidimos ignorarlos y disfrutar de la noche. De hecho, tengo el recuerdo de estar pasándomelo de la hostia hasta que todo se fue a la mierda. —Los ojos marrones de Axel ahora eran un borrón de lágrimas desordenadas—. Diego salió a fumar con una de nuestras amigas mientras yo iba al baño. No tardé mucho, te lo juro. Quizá unos quince minutos porque había cola y un camino lleno de obstáculos que atravesar. Pero cuando salí ya fue demasiado tarde. Esos hijos de puta le habían dado una paliza y lo habían dejado tirado en el suelo, inconsciente. No recuerdo mucho más de esa noche. Tengo un millón de lagunas. Solo que... cuando Diego llegó al hospital ya no estaba vivo.

Axel sollozó y Alanna lo abrazó con fuerza, llorando a lágrima viva también.

Nunca imaginó que su hermano pudiera estar sufriendo casi más que ella y eso la hizo sentir un poco egoísta. Porque siempre dio por hecho que él la había ignorado a conciencia, que colgó el teléfono porque, simplemente, no la consideraba su hermana. Porque no quería saber nada de ella.

—A él también lo dejé solo —susurró, mirándola con una tristeza insondable.

Su confesión la atravesó y la dejó sangrando por dentro.

—No —dijo, con la voz rota—, no fue tu culpa Axel. Tú solo fuiste al baño.

—Ya sé que no fue mi culpa —aseguró—. Fue la de esos hijos de puta que encima salieron corriendo. Menos mal que siempre hay gente grabando y pudimos pillar a tres. Eran siete, por lo que todavía hay cuatro merodeando por ahí. Pero sí fue mi culpa no hacer nada al respecto, Alanna. Tendría que haberlos buscado y haberles devuelto la paliza. Tendría que haberme dedicado en cuerpo y alma a encontrarlos a todos. Pero no lo hice. Yo solo... me dediqué a llorar y a no salir de la cama. A medicarme para que mi cerebro se apagase y así dejar de pensar.

» El día que llamaste fue uno de esos y, sinceramente, ya no me importaba nada. Solo quería morirme. En aquellos momentos, Alanna, ni siquiera pensé que tu llamada podía ser importante. Y te pido perdón por eso. En realidad —su hermano cogió sus manos y las encerró entras las suyas—, te pido perdón por todo. Por haberme creído las mentiras de mi madre, por no haber sabido valorarte, por haberte dicho que no eras mi hermana... Que nuestra relación haya sido inexistente sí fue mi culpa. Y nunca podré dejar de sentirme culpable por ello.

—Ya no importa, Axel.

—Claro que importa —la miró con franqueza—. Necesitaba decírtelo. De hecho, vine a Torreluna por ti. Solo que... me ha costado acercarme a ti más de lo que me gustaría admitir.

Eso sí la sorprendió.

—Pero si llevas viviendo aquí casi cuatro años.

—¿Recuerdas que te dije que ir al psicólogo me salvó la vida? —Alanna asintió—. Gracias a él conseguí dejar de medicarme y empezar a darme cuenta de las cosas buenas que tenía a mi alrededor. Hablamos de ti un día. Hablamos de cómo papá había intentado que nos mantuviésemos unidos pese a todo, como... si supiera que se iba a morir y quisiera asegurarse de que nos tendríamos el uno al otro. El psicólogo me hizo darme cuenta de que tú solo eras la consecuencia de los errores de nuestros padres y que era parte de la poca familia que me quedaba. Así que, decidí ir a Torreluna a verte. Pero saliste despavorida, dejándome claro que no querías saber nada de mí.

» Y como el cobarde que soy, pues lo acepté. Fue más fácil que enfrentarme a la vergüenza que me daba hablar contigo. Aun así, me quedé aquí por si... decidías volver algún día. Aunque tengo que reconocer que vivir en Torreluna me gusta. Nunca me imaginé que me haría tanto bien vivir cerca de la familia de papá. Yo... —su hermano tragó saliva, incómodo—, sé que no tengo derecho a pedirte nada, Alanna. Sé que me merezco que no vuelvas a mirarme a la cara. Pero... me gustaría que intentáramos conocernos.

Se le encogió el corazón.

—Que intentáramos ser hermanos.

—Sí —respondió ella en el acto.

No había nada que pensar. Al final, Axel y ella solo habían sido dos chicos influenciados por los comportamientos tóxicos y dañinos de sus progenitores. Dos chicos a los que habían herido de mil formas distintas y que habían tenido que nadar en un mar oscuro y desconocido para intentar sobrevivir. Y, viéndolos desde afuera, demasiado bien lo habían hecho.

Ella quería recuperar a su hermano, aunque fuera poco a poco.

—¿Sí?

Alanna sonrió como única respuesta. 

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora