Capítulo 10

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Alanna estaba seleccionando cuidadosamente unos tomates cuando su móvil anunció la entrada de un mensaje. Se apresuró a mirarlo.

Seguramente fuera Nick, escribiéndole para despedirla, después de haber visto las docenas de fotos que hicieron anoche de él con la «guapísima empresaria» —así era como la habían descrito los medios—, Erika Escribano, cuyo nombre había tenido que teclear en Google para saber quién era.

UBICACIÓN

Te espero aquí a las 14.30h.

No me sirve ninguna excusa.

A la orden, capitán.

Él no respondió y ella se sintió un poco tonta por haberle hecho esa broma. Aunque decidió no darle muchas vueltas y terminó de hacer la compra. Pagó en la caja y caminó las cinco calles que había del super a su casa sin dejar de pensar en qué maldito momento se había torcido tanto su vida para estar trabajando sin cobrar para Nick Ríos.

Vale que nunca había sido excepcional. Y que, desde los ocho años, había tenido que cuidarse prácticamente sola. Pero hacia no mucho tiempo había creído que, por fin, las cosas se habían estabilizado un poco. Tal vez, no le gustaba mucho trabajar para la empresa familiar, pero vivir en Torreluna, rodeada de todos ellos, sí lo hacía. De hecho, todo había ido a las mil maravillas hasta que Lucas se marchó a París con Daphne y su hermano, Axel, decidió hacerse cargo de la dirección de la empresa una vez su tío se retiró.

Y como si eso fuera poco, encima reapareció su madre y le pidió ayuda. Solo trescientos euros para evitar que la matara uno de los camellos a los que le compraba la coca. Alanna no supo, o no pudo, decirle que no y ahí estaba, metida en una vorágine de deudas, escasos ingresos y pocas ganas de seguir nadando a contracorriente.

***

Con unos pantalones azul celeste y una blusa de tirantes blanca, la más nueva que tenía en el armario y, aun así, bastante vieja, Alanna cruzó la puerta del restaurante donde Nick la había citado. El olorcillo a pan recién hecho y masa de pizza le inundó las fosas nasales, abriéndole de golpe el apetito.

Había intentado arreglarse un poco más que de normal. Pelo suelto, corrector en las ojeras, rímel en los ojos y un labial suave de color melocotón. Pero le había durado, exactamente, tres minutos y cuarenta segundos. Al menos, el pelo suelto. Porque en Madrid ya había dejado de llover y parecía haberse desatado el infierno en forma de calor insoportable.

Al final, Alanna llegó al restaurante con la cara húmeda por el sudor y el pelo recogido en una trenza que, probablemente, era un desastre de cabellos deshechos. En fin, tampoco podía pedir peras al olmo.

No fue difícil encontrar a Nick, pese a que estaba de espaldas en una de las mesas del rincón más alejado de la entrada. Las consecuencias de haberlo mirado a escondidas durante años hacían que fuera imposible que Alanna no lo reconociera, incluso en medio de una inmensa multitud. Se había aprendido su silueta de memoria.

Apretó el paso para llegar a él.

—Hola —saludó Alanna, casi sin aliento, después de cruzar la estancia llena de comensales haciendo bastante ruido.

—Hola —le devolvió el saludo, sin levantarse a recibirla—. Sobra mencionar que llegas tarde. Otra vez.

—Lo siento —arrastró con cuidado la silla y se sentó frente a él—. Me ha tocado coger un autobús y, después, caminar durante unos cuantos minutos.

Veinticinco exactamente. Y todo, porque no había podido permanecer dentro del vehículo mucho rato y se había bajado unas cinco paradas antes.

—¿No tienes coche?

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now