Capítulo 56

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—¿Jugamos al vóley? —propuso Lucas, acercándose a ellas con un bañador negro y una pelota debajo del brazo.

Llegaron a Alicante sobre las cuatro de la tarde, después de hacer una parada rápida en un bar de carretera para comer algo, y una vez descargadas las maletas en el chalé de dos plantas, con piscina privada y cuatro habitaciones que había alquilado Daphne, se fueron directos a la playa. Dos horas después, seguían allí, disfrutando del sol en una preciosa cala de piedras.

—¡Síííí! —exclamó Venus, situada en la toalla contigua a la que compartían Daphne y ella.

Su prima se levantó, luciendo un diminuto bikini rojo que marcaba todas y cada una de sus curvas. Porque sí, Venus era de ese tipo de chicas con una cadera redonda y unos pechos envidiables. Es decir, todo lo que no era Alanna, cuyo bikini lila era demasiado pálido para su piel blanca.

—¡Toma ya! —se animó su primo—. ¿Dos y dos?

Obviamente, la estaban excluyendo. Pero lejos de sentirse ofendida, Alanna se sintió profundamente agradecida con Lucas, porque, sinceramente, odiaba jugar a ese tipo de juegos que se le daban peor que mal y acababa siempre haciendo el ridículo. Y no estaba muy segura de haber superado ese punto todavía.

—Oye no —se quejó Daphne—, Alanna también juega.

Ella ahogó una exclamación.

—Eh... —se aclaró la garganta—, yo casi que prefiero quedarme leyendo.

Y, para demostrarlo, cogió su novela y se sentó en un ángulo de noventa grados.

—¿Seguro? —enarcó las cejas, nada convencida con su respuesta. Y es que, pese a que su amiga conocía su completa falta de deportividad, no quería dejarla sola.

—Seguro, Daph.

La examinó un par de segundos más, antes de asentir con la cabeza y levantarse para seguir a su novio, que ya se había encaminado hacia la parte más alejada de la orilla para preparar una red improvisada con rocas. No, en esa playa no había redes para jugar al vóley. Primero, porque era muy pequeña y, segundo, porque no había arena, lo que significaba que o su primo no era tan listo como creía o estaba seguro de que no iban a caerse ni una sola vez. Se decantaba más por la segunda, la verdad.

Dejó de observar a Daphne y a Lucas y se centró en su lectura, disfrutando del olor a salitre y el sonido de las olas al romperse. No había leído ni dos líneas cuando escuchó una voz susurrarle al oído:

—Cobarde.

Y una descarga eléctrica le recorrió la columna.

Ladeó la vista hacia Nick que, de cuclillas a su lado, le lanzaba una mirada desafiante por encima de sus gafas de sol cuadradas. Se las había puesto junto con un gorro de pescador en un tono beis para que nadie lo reconociera. Y lo cierto era que viéndole nada más que la barba de dos días y sus sugerentes labios, estaba increíblemente atractivo.

Aunque tampoco es que ella fuera muy objetiva.

—Capullo —murmuró en respuesta.

Él elevó una de las comisuras de su boca con socarronería.

—Ratona —agregó, acercándose inconscientemente, y dibujó las gafas con los dedos por encima de su nariz, sabiendo que iba a mosquearla.

Ella bufó. Bufó de verdad, con fuerza, provocando que los mechones que se le habían escapado de la trenza se elevaran unos centímetros por encima de las patillas de sus gafas.

—¿Sabéis qué? —gritó al aire, esperando que su familia no estuviera muy lejos y la hubieran escuchado—. He decidido que sí que juego.

Nick esbozó una sonrisa real, de esas que hacían que su corazón se saltara un millón de latidos.

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora