Capítulo 36

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Venus tiró de la puerta del Misterio, el nuevo pub que habían montado en el pueblo después de que Tony vendiese el local, y entró sin esperarlo. Él, que ya la conocía de sobra como para seguirle el ritmo, sujetó la puerta antes de que se cerrara en sus narices.

Qué tía más borde.

El lugar no había sido reformado, solo había cambiado la decoración. Parecía más la zona VIP de una discoteca, con mesas blancas y sillones chillout, que el bar de un pueblo, pero tenía su encanto. Al menos, no había ni rastro de los bailarines que Tony se empañaba en contratar y era de agradecer, puesto que el ambiente había rejuvenecido un poco. Había menos viejos bebiendo hasta perder el sentido y más chavales jóvenes.

—Pero ¡qué ven mis ojos! —exclamó el Dj, por encima de la música, con un micrófono—. Acaba de obsequiarnos con su presencia el mismísimo Nick Ríos. ¡El tío más guapo de todo Torreluna y alrededores!

La gente, su gente, empezó a vitorear y a aplaudir, dándole palmadas en la espalda y chocando el puño a su paso, haciéndole sonreír. Incluso, reír. Y, es que, lejos de sentir vergüenza, Nick se sentía bien, henchido, feliz de que su pueblo lo admirase y quisiese tanto. Porque, por mucho que no le gustase visitar Torreluna, sí le gustaban sus habitantes —la gran mayoría, al menos—, y siempre se había sentido súper cómodo entre ellos. No importaba que las cosas se pusieran feas, Nick sabía que podía caminar tranquilo entre ellos.

—Cojo mesa —vociferó Venus entre tanto griterío—. ¿Pillas unas birras?

Nick asintió, dirigiéndose a la barra, y se dejó arrastrar por algunos viejos colegas que querían charlar con él sobre su vida en Madrid, su próximo estreno, su personaje en la serie Al límite y un millón de cosas más.

Cuando alcanzó la barra, estaba casi seguro de que el concierto estaba a punto de comenzar. Y eso que habían llegado cuarenta y cinco minutos antes.

—Dos tercios, por favor —le pidió al camarero en cuanto se acercó.

El chico no tardó ni dos minutos en plantarle los botellines delante y Nick dio un trago largo del suyo antes de coger el de Venus y volver a la mesa en la que su amiga lo estaba esperando. Al girarse, colisionó con un cuerpo de mujer, porque lo sintió pequeño y delgado bajo sus músculos.

Cuando levantó la cabeza para pedirle disculpas a la chica, el corazón se le detuvo de golpe. Se había pasado los últimos diez años evitándola, viéndola de lejos e ignorándola deliberadamente, rehuyendo sus continuos intentos de hablar. Y ahora, aquí estaba, frente a él, una de las razones por las que no pisaba Torreluna: Jessica Hernández.

Tan guapa como siempre. Con su pelo castaño y sus ojos azules era casi una visión, que, en un pasado demasiado lejano como para recordarlo nítidamente, conseguía dejarlo mudo. O ponerlo a cien. Pero eso era antes, cuando solo era un chico de veinte años enamorado. Ahora... ¿ahora qué? ¿Ahora se habían apagado para siempre esos sentimientos o seguían todavía dentro de él, bajo capas y capas de cemento? ¿Significaba algo ese vuelco que había sentido nada más verla?

Mierda si es que no tendría que haber venido. No sabía por qué se había dejado convencer por Venus. O, en realidad, sí lo sabía. Porque la otra opción era quedarse en su casa martirizándose con una pelirroja muy toca huevos.

—¿Nick? —sus ojos se abrieron ante la inesperada sorpresa de verlo allí—. Madre mía, no me lo puedo creer. —Ya, él tampoco—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Nick la miró quedamente.

—Lo mismo que tú, supongo —su voz sonó oprimida, como si unas manos invisibles estuvieran estrujando su garganta.

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now