Capítulo 28

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Alanna no había dejado de pensar en Nick desde que esa mañana la había dejado en casa y se había despedido con la promesa de verla al día siguiente.

«Pero no me lleves al zoo», le había dicho antes de arrancar la moto y bajar a toda velocidad por la calle principal de su casa. Ella se había quedado varios minutos observándolo desaparecer, con el ceño fruncido y sin comprender por qué le había dicho lo del zoo. ¿Había algún doble sentido oculto? En ningún momento había pensado en llevarlo al zoo. Además, en Torreluna no había zoo.

Ahora, a la seis y media de la tarde, mientras disfrutaba de un té de caramelo en la terraza de su cafetería favorita, no podía dejar de rememorar el día que habían pasado juntos. Volvía, una y otra vez, al mismo instante.

A su pecho pegado a la espalda de Nick.

A sus manos sobre sus hombros, porque no había tenido valor para cogerlo por la cintura. Porque no se había atrevido a fingir que se sentía insegura en su Yamaha Trace 700. Se había conformado con eso: con sus hombros. Aun así, ella había podido sentir el calor que desprendía su piel a través de su camiseta blanca. Y una sensación de puro éxtasis la había embargado de pies a cabeza.

Tener a Nick Ríos tan cerca mientras recorrían las carreteras de Torreluna subidos a su moto había sido como volar sin miedo a caer. No había volado nunca, pero estaba segura de que se sentiría así.

Se sintió sonreír, perdida como estaba en sus pensamientos.

Algo estaba cambiando en su interior. Algo estaba creciendo con una fuerza desmedida. Y estaba, cien por cien, relacionado con ese hombre de ojos dorados y sonrisa fácil que tanto había empezado a gustarle. O, bueno, ya le gustaba desde antes.

Porque Nick siempre había sido alguien para ella. Con quince años, el amigo guapísimo de su primo. Con diecisiete, un tío de lo más creído. Con veinticuatro, el único hombre que conseguía que se le secara la garganta. Y con veintiocho... Un idiota. Al que estaba empezando a conocer de verdad, a fondo, y que, para bien o para mal, le gustaba cada día más.

—Hola —una voz masculina la sacó del trance en el que se encontraba.

Alanna pestañeó, regresando al presente, a la plaza del pueblo y a la pequeña mesa de color azul en la que estaba sentada. Al levantar la vista, se encontró con unos brillantes ojos verdes: Oliver. El chico de la gasolinera. El enemigo número uno de Nick.

—Eh —sintió como la lengua se le pegaba al paladar—, h-hola.

¿Qué estaba haciendo allí?

—¿Estás sola? —preguntó él, observando a su alrededor como si esperara ver a alguien más.

—S-si —tragó saliva, inquieta, e instó a su lengua a funcionar con normalidad—, ¿por?

—Por si podía sentarme contigo.

—¿Conmigo? —Sonó desconcertada.

¿Por qué querría sentarse con ella? Si no se conocían. ¿Y de qué iban a hablar? ¿Del tiempo? ¿De Torreluna? ¿De Nick? ¿Querría averiguar cosas de Nick?

—Si a ti no te importa, claro —dijo él, esbozando una sonrisa cándida, que no era su rollo para nada. De hecho, en las esquinas de sus comisuras, Alanna podía percibir la dureza de sus facciones.

Oliver no era, ni por asomo, un chico dulce y tierno. Y eso a ella, para qué mentir, la ponía un poco de los nervios. Pero, en realidad, no le importaba que se sentara con ella. ¿Tendría que hacerlo? ¿Por eso de que su familia, y Nick, no podían ni verlo ni tragarlo y seguramente preferían beber leche agria antes que cruzar una sola mirada con él? ¿Lo considerarían traición? Sí, probablemente sí.

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ