Epílogo 2

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Estaba histérica.

La rabia le corroía las venas como un tsunami arrasaba una ciudad.

Necesitaba desahogarse. Soltar todo lo que llevaba dentro. Por eso, solo por eso, empujó la puerta de El Misterio y entró. Sus pasos resonaron con mala leche en el silencio del local. Era de día y estaba vacío.

Solo un hombre secaba vasos detrás de la barra.

Un hombre moreno, de mirada dura y la piel adornada con un millón de tatuajes. Era un macarra de manual y lo detestaba. Por eso, solo por eso, acababa siempre yendo a buscarlo.

—¿Te has perdido? —Su voz llevaba ese toque irónico y desagradable que ella tanto odiaba.

—No.

Las cejas oscuras del chico se alzaron con curiosidad.

—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?

—Vengo a tomarme una birra.

Mentira.

—Está cerrado —dijo él, seco. Borde con ganas.

—Me importa una mierda.

—A mí no —sus ojos, del color de la hierba recién cortada, se posaron en ella—. Estoy trabajando.

Ella ignoró sus palabras y se coló tras la barra. Lo sintió ponerse tenso ante su acercamiento, pero le dio igual. Como solía darle igual él.

—¿Desde cuándo eso ha sido un problema?

Él dejó el vaso en la encimera y soltó un suspiro hastiado. Como si tenerla allí fuese demasiado para él. Como si ella no fuese más que una molestia. Bien. Eso también le traía sin cuidado.

—Deberías irte.

—Haré lo que me dé la gana.

Y se arrojó a sus labios. Él recibió el impacto con maestría y tardó menos de dos segundos en abrir la boca para ella. Dios, sí. Justo lo que necesitaba para sacar la furia que la hacía arder.

Se puso de puntillas y acarició su cabeza rapada, presionando con fuerza la yema de los dedos sobre su cuero cabelludo. Las manos fuertes y morenas de él estrujaron su culo, apretándola contra su erección. Ella gimió y él aprovechó para meterle la lengua más hasta el fondo. Su sabor era adictivo. Una puta droga. En la que ella se dejó llevar.

Lamió su lengua, sintió su roce áspero, mordió su labio inferior con ímpetu, como si quisiera llevárselo con ella. Le tuvo que hacer daño, pero él no se quejó. Nunca se quejaba de su agresividad al follar.

Y eso la volvía loca.

Sin embargo, cuando sus manos le agarraron el dobladillo de su camiseta para deshacerse de ella, él la detuvo.

—No.

Sus ojos estaban nublados por el mismo deseo que sentía ella.

—¿Por qué?

—Porque no.

Él se alejó unos centímetros y se limpió la boca con el dorso de la mano. La tenía roja e hinchada por sus besos.

—Venga ya, no digas gilipolleces.

Hizo el ademán de volver a besarlo, pero él se mantuvo firme.

—¿Qué pasa?

—Que ya no quiero seguir haciendo. Ya no quiero follar por follar. Quiero... más.

—Qué coño estás diciendo. Nosotros no somos de esos.

Él hizo una mueca que ella no identificó.

—Yo no he dicho que quiera serlo contigo. —A ella se le desencajó la mandíbula y un frío comenzó a helarle la sangre—. No quiero estar con alguien que está enamorada de otra persona.

—Yo no estoy enamorada de nadie.

Él chasqueó la lengua.

—Venga ya. Si quieres engañarte a ti misma y decirte que no estás enamorada de Nick, ese es tú problema, no el mío.

El orgullo se abrió paso entre todas sus emociones negativas. Un orgullo demoledor que cuando hacia acto de presencia no solía dejar títere con cabeza.

Lo miró, descargando todo su odio contra él.

Y antes de largarse de allí para no volver, le dijo:

—Que te jodan, Oliver.

Él sonrió. Una sonrisa taimada y peligrosa.

—Que te jodan a ti, Venus. 

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now