Capítulo 42

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El timbre sonó cuando la familia De la Vega y Nick estaban poniendo la mesa. Era domingo y estaban preparando una barbacoa para celebrar que estaban todos juntos allí, de vacaciones en Torreluna. Por eso, Alanna ya sabía que la persona que acababa de llegar era su hermano.

Lucas había hablado con ella durante el desayuno para pedirle, por favor, que intentara tolerar la cercanía de Axel aunque solo fuera un rato, porque le hacía mucha ilusión comer con todos. ¿Y quién era Alanna para quitarle la ilusión a ese hombre tan maravilloso que la había querido siempre como una hermana más? Pues nadie.

Así que se armó de valor, un valor que seguía sorprendiéndose de tener en su interior, y continuó colocando los cubiertos en fila sobre una servilleta de papel. No iba a salir corriendo esta vez, pero tampoco iba a fingir que entre ellos las cosas estaban bien. Porque no lo estaban y nunca lo estarían.

Alanna odiaba a su hermano. Lo odiaba porque la dejó tirada doce años atrás. Porque nunca la quiso. Porque aquel «tú no eres mi hermana, tú no eres nada» dolió muchísimo. Seguía doliendo, jolín. Porque sus desprecios siempre la hicieron sentir poco valiosa. Defectuosa. Pero, por encima de todo, lo odiaba porque seguía, desesperadamente, anhelando su cariño. ¿Cuándo iba a aprender a no esperar nada de nadie?

Mientras el resto saludaba a Axel con sonrisas y besos en la mejilla, Nick, dejó los vasos de cristal sobre la mesa y se acercó a ella.

—¿Estás bien?

«No», quiso decirle.

—Sí.

—¿De verdad? —la detuvo, cubriendo sus manos llenas de cubiertos con las suyas. Más grandes. Más fuertes. Más calientes.

—Déjalo Nick —musitó, aprisionando su labio inferior con los dientes para evitar llorar—. No te preocupes.

—Sé que no quieres estar aquí. —Su convencimiento le pellizcó el corazón—. Pero ¿crees que podrás aguantar?

Alanna lo miró, tratando de decirle con los ojos lo que no sabía cómo decirle con palabras.

—No lo sé —fue todo lo sincera que pudo.

—Inténtalo, ¿vale? —Nick soltó su mano para retirarle un mechón de la cara que acabó escondiendo por detrás de su oreja. Sus dedos dibujaron el contorno de su mandíbula en una caricia casi invisible que la hizo agua por dentro.

—¿Y si no? —sentía la ansiedad derribando su poca fuerza de voluntad.

—Y si no, nos vamos de aquí.

—¿Nos vamos? —Alanna abrió ligeramente los párpados—. ¿Tú y yo?

La sonrisa que se extendió por el rostro de Nick fue de las más bonitas que ella le había visto en toda la vida.

—Claro tonta, ¿o crees que voy a dejarte sola?

Su corazón se detuvo de golpe para, luego, comenzar a latir a toda velocidad.

—Venga chicos —anunció Lucas—. ¡A comer!

Pero Alanna no se movió, no pudo. Se había quedado atascada en los ojos de Nick. En las ganas de rodear su cintura y pedirle, por favor, que la abrazase fuerte, que le quitase el miedo, que la ayudase a superar ese momento.

—¿Vamos? —escuchó que le decía él con suavidad.

Ella asintió levemente. Nick, entonces, cogió los cubiertos que Alanna todavía tenía en la mano y se movió para terminar de colocarlos por ella. Antes de que se alejara del todo, Alanna lo detuvo sujetando su muñeca.

—Nick —él la miró por encima de su hombro—. ¿T-te sientas a mi lado?

Respondió con una sonrisa.

Cinco minutos después, estaban todos sentados alrededor de una mesa repleta de comida. Alanna se había sentado lo más lejos posible de Axel, que charlaba animadamente con Lucas sobre un nuevo proyecto de construcción. Al final, los dos trabajaban para la misma empresa. Solo que uno desde Torreluna y el otro desde París.

También había intentado no hacer contacto visual con él que, al contrario que ella, no dejaba de mirarla con expresión resignada. ¿Se estaba comportando como una cría con su hermano? Tal vez. Pero no podía comportarse de otra forma. No le salía.

Tenía miedo de hablar con Axel porque sabía que si él le pedía perdón y le daba una buena razón que explicara por qué le colgó el teléfono aquel día, se ablandaría como un pan de molde. Porque llevaba años soñando que regresaba para decirle que la quería un poco. Porque llevaba años deseando que su hermano la quisiera un poco. ¿Y no era patético eso?

Ahí estaba. Otra vez, esa sensación de que todo a su alrededor se tambaleaba. Inspiró hondo, dejando que el aire entrara en sus pulmones y la ayudara a calmar el mareo. Era casi matemático: pensar en su hermano, en las veces que había deseado que él la buscase, y su cuerpo se tensaba de ansiedad.

Tragó saliva, bebió agua, cerró los ojos y apretó con fuerza los reposabrazos de la silla. Deletreó palabras al azar que acudían a su cabeza de forma desordenada. Pero era imposible parar el huracán que se arremolinaba en el centro de su pecho. Todo se intensificó. El ruido de los cubiertos chocando entre sí, la música que sonaba de fondo, las voces de sus amigos, el sonido de las moscas volando alrededor de la comida. Todo retumbando en su cabeza caóticamente, como una canción de Metallica.

Se estaba mareando.

—¿Alanna? —la voz de Nick la hizo levantar la vista del plato. Trató de enfocarlo, pero su visión se tornó borrosa—. ¿Estás bien? —Ella asintió de nuevo, o eso creía. Se sentía paralizada—. Porque no lo pareces. De hecho, tienes muy mala cara.

Iba a desmayarse. El pánico inundó su garganta, se pegó a su piel, humedeció sus ojos... y su ansiedad alcanzó límites insostenibles.

—Lo siento, yo eh... —se puso de pie con las piernas temblorosas, tirando la silla en el proceso, y como la gran cobarde que siempre había sido, salió corriendo.

Sin saber muy bien cómo, consiguió salir del chalé. Se sentó sobre el bordillo de la estrecha acera que había fuera de su casa, abrazó sus rodillas y comenzó a llorar de rabia y frustración.

Llorar siempre la aliviaba. Le destensaba la presión que aplastaba sus pulmones y le permitía volver a respirar. Alanna odiaba la ansiedad. Odiaba esos ataques de pánico que le entraban siempre en los momentos menos indicados. Odiaba sentirse tan débil. Tan inestable. Y no tener la fortaleza suficiente para controlarlos, frenarlos, reconducirlos. No, ella siempre acababa huyendo. Dando la maldita nota. 

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now