Capítulo 32

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El miércoles por la mañana, Nick y Alanna visitaron el pueblo del lado. No era mucho más grande que Torreluna, pero tenía una arboleda gigante, con árboles tan altos como los rascacielos de las grandes ciudades, en la que Nick estuvo haciendo muchas fotos de profundidad. O algo así le dijo él.

El jueves, en cambio, estuvieron descubriendo los rincones más bonitos de Torreluna. O los más interesantes para fotografiar. No era como si nunca los hubieran visto, pero hacerlo a través del objetivo de la cámara de Nick fue diferente. Al menos, esa había sido su intención cuando le propuso hacer el plan. Nick se quejó, muy alto y fuerte, pero la siguió con su Nikon de todos modos. Y pasaron una mañana de lo más agradable paseando juntos por las pequeñas callejuelas de Torreluna. Nick hizo muchas fotos: a la iglesia, a algunos comercios antiguos, a las palomas que habitaban el suelo de la plaza principal, a la gente que tomaba café en las terrazas, a las esquinas de algunos edificios y a unos cuantos lugares más.

También le hizo fotos a ella. Más de las que le hubiera gustado, para ser sincera. Porque Alanna no era fotogénica, pero estaba segura de que ya lo había dicho.

No hubo ningún acercamiento entre ellos durante esos dos días, nada ni remotamente parecido a lo del martes, cuando estuvieron a punto de besarse en lo alto del acantilado, con Torreluna a sus pies. En realidad, durante estos dos días solo se habían comportado como dos amigos que paseaban juntos. Había habido bromas, pullas y muchas risas. Ella había descubierto que le gustaba mucho estar a solas con Nick, porque en esos momentos, la atención de él era solo para ella. La cual, a veces, era de lo más confusa.

Porque Nick la confundía.

Cuando no la miraba como si quisiera descubrir todos sus secretos, lo hacía con ganas de quitarle la ropa. Para luego, casi al segundo, cambiar el chip y la trataba como si fuera una chica más, una compañera de trabajo o una amiga cualquiera. Aun así, y pese a como habían empezado las cosas entre ellos semanas atrás, Nick y Alanna habían construido una relación bastante bonita y, de vez en cuando, le era imposible no fantasear con que, quizá, en lo más hondo de Nick, tan hondo que ni siquiera era consiente, él empezaba a sentir por ella lo mismo que ella, sin duda, estaba sintiendo por él.

Una locura, ¿no? Sí. Una locura total.

El jueves por la tarde, todo se torció. Porque, cuando bajó al salón, se dio de bruces con la única persona que no deseaba ver ni en pintura: su hermano.

Axel De la Vega, con el pelo castaño oscuro, ligeramente ondulado, y unas gafas de vista cubriendo sus ojos marrones, tampoco esperaba encontrársela. Pues enarcó las cejas muy sorprendido.

—Hola—la saludó él, con algo de vacilación en su voz.

El corazón de Alanna se detuvo de golpe en su pecho.

Hacía muchos años que no escuchaba su voz. Todavía era un crío cuando le dijo aquello de «tú no eres mi hermana, no eres nadie» y por aquel, entonces, era pura repelencia infantil. Sin embargo, ahora su voz era fuerte y profunda. Casi hosca. Como todo él.

Su hermano, de treinta y dos años, no se parecía en nada a la imagen que guardaba del niño de once años al que vio por última vez. Tampoco se parecía en nada a Alanna. Excepto, quizás, en la altura. Aunque era más alto que ella. Pero no era pelirrojo, ni delgaducho, ni rebosaba inseguridad por cada poro de su piel, como estaba segura de que sí lo hacía ella.

Axel era delgado, sí, pero su cuerpo era atlético y sus músculos se veían fortalecidos por sesiones de entrenamiento. Sus rasgos eran toscos, le recordaban un poco a los de Lucas, y su expresión seria, como si no tuviera tiempo para perderlo riéndose de chistes malos. Pero sus gafas de vista le restaban peligrosidad a su rostro.

No era un tipo duro como Oliver, tampoco un estirado como Lucas, ni muchísimo menos un pasota como Nick. Su hermano más bien parecía... un friki aburrido de la vida. Y eso le hizo preguntarse si, al final, sí tendrían algo en común.

Ella no respondió a su saludo, pero tampoco se movió. Se quedó ahí, quieta, en medio del salón, sin saber qué hacer, ni que decir, mirándolo como si estuviera viendo un fantasma.

—¿Estás bien? —oyó que le preguntaba y sonaba realmente preocupado.

Tuvo ganas de gritar. Muy fuerte. Y de reírse cínicamente. Porque, ¿su hermano preocupado por ella? Sí, claro. Y ella no se había pasado sus últimos años preguntándose por qué le colgó el teléfono aquel día. No podía respirar y su cuerpo ya no se sentía firme. La sensación de que todo daba vueltas era tan real que se obligó a reaccionar casi a la fuerza y tambaleándose sobre su propio peso, giró sobre sus talones y se regresó de nuevo a su habitación.

Escuchó como su hermano decía:

—¡Alanna!

Antes de cerrar la puerta y acurrucarse detrás de ella, abrazándose a sus rodillas. Dejó que toda una vida de amor y odio por Axel se derramara en forma de lágrimas. 

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now