Capítulo 94

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—¡Vamos Alanni, que llegamos tarde! —Daphne tiró de ella casi a la fuerza.

Alanna se tropezó con sus propios zapatos y pensó que, seguramente, esa era una señal para que diese la vuelta y se fuese a casa. ¿En qué momento se había dejado convencer por Daphne para ir a la exposición de Nick? Era una blanda en todo lo que respectaba a su mejor amiga.

Y, bueno, para qué mentir. En todo lo relacionado con Nick también. Llevaba dos semanas sin saber nada de él después del beso que se dieron en Torreluna. Dos semanas en las que había tratado, sin éxito, de olvidar el sabor de sus labios. De cerrar los ojos y no recrear la sensación de sus manos acariciando su cara. ¡Maldita fuera!

«Al final vas a tener razón y todo... Va a ser difícil estar juntos si no confías en mí», le había dicho el muy idiota. La rabia que sintió en ese momento estaba casi al nivel de aquella que la empujó a ir a buscarlo a su casa y plantarle cara. Ese día fue el principio de todo. Y, por mucho que ahora su corazón viviese a medio gas, fue el mejor impulso de su vida.

Ahí algo hizo clic en ella.

Ahí, Alanna De la Vega, empezó a cambiar.

Y madre mía, qué bien le sentaba esos nuevos, aunque todavía pequeños, cambios.

En otra ocasión, no se hubiera atrevido a pisar aquel edificio. Ni a ponerse un vestido tan ajustado como corto, que le quedaba como un guante, y mostraba cada una de sus suaves curvas. Una de las primeras tareas que hizo con su psicóloga fue justo esa: dejar de esconderse. En su caso, el silencio y la ropa ancha y vieja habían servido los dos para camuflarse. Para impedir que la vieran. De esa forma, nadie la juzgaría. Nadie tendría el poder de meterse con ella.

Ahora trataba de caminar con la cabeza bien alta. Aunque mentiría si no dijera que la inseguridad, que seguía nadando en su interior, no luchaba contra su fuerza de voluntad por salir a la superficie y arrasar todo su trabajo.

Pero ella no lo permitió.

Como tampoco permitió que los nervios que le retorcían el estómago le impidiesen entrar en esa sala y disfrutar de una exposición que, estaba casi segura, iba a romperle el corazón. Si era posible hacerlo por segunda vez.

—¿Crees que es buena idea? —masculló.

Su voz un susurro que se perdió entre el ruido que hacía el ascensor. Según el botón que había apretado Daphne, iban a la última planta.

—Claro que sí. Es Nick.

«Mi Nick», quiso decir ella. Pero no lo hizo. Porque ya no estaba segura de que eso fuera cierto del todo. Él le había dejado claro que la chica con la que últimamente se había dejado ver no era nadie para él. Nadie importante, al menos. Solo una compañera de trabajo. Y ella le creía. Aunque la maldita ansiedad se abriese como un abanico en su interior, recordándole todas las veces que había creído en la palabra de otras personas y había acabado herida. Alanna confiaba en Nick.

Confiaba en él más que en nadie en el mundo.

Nick era esa persona con la que ella era. En todos los sentidos de la palabra. No se escondía, no fingía, no se quedaba en silencio por miedo a molestarlo u ofenderlo. No temía decir algo fuera de lugar. O que él se enfadase y dejara de hablarle. Tampoco le importaba soltar una de sus gracias sin gracia porque le traía sin cuidado hacer el ridículo delante de él. Nick nunca se había reído de ella. Jamás. Ni siquiera cuando ella todavía era la «primita de Lucas».

Con Nick, Alanna podía ser completamente Alanna.

Lo había sido desde el principio. Desde aquella tarde en la abrazó por detrás y comenzó a deletrear palabras con ella para calmar su ataque de pánico. Después, lo había dejado, pidiéndole un tiempo para sanar. Para ocuparse de sí misma primero. Pero ahora, que su vida estaba bastante estable, que llevaba tres meses caminando en línea recta se daba cuenta de algo superimportante:

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now