Capítulo 30

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Lo primero que sintió Alanna al cruzar la entrada de la piscina municipal de Torreluna, abierta a todo aquel que quisiera disfrutar de un baño veraniego, perteneciese al pueblo o no, fue su intenso olor a cloro y el calor sofocante del sol que ya incidía sobre su piel.

Lo segundo: a Venus De la Vega esperarlos en una de las esquinas del césped artificial que rodeaba la piscina.

Su prima levantaba la mano para que la vieran y Nick fue hacia ella, sin echarle una ojeada siquiera a Alanna. Ella, obviamente, lo siguió. Mientras se adentraban entre en el gentío de niños correteando por todas partes, lanzándose de bomba al agua, y padres gritando que no se alejaran mucho o se estuvieran quietos, apretó la mandíbula y se esforzó sobremanera por ignorar las punzadas de desasosiego que ya empezaban a invadirla.

Las mismas que le habían impedido, muchas otras veces, bañarse en esa piscina como una chica normal. Jolín, mentiría si dijera que no tenía un nudo en el estómago. Que no sentía ganas de salir corriendo. Que el miedo no se alzaba en su interior como un gigante con ganas de pelear.

Sopesó la idea de irse, de dar media vuelta y volver a casa, aunque hiciese un calor infernal y tuviera que hacerlo andando. Total, ¿qué pintaba ella ahí con Nick y Venus? Pero justo cuando estaba a punto de huir como la cobarde que era, Nick se giró a buscarla. Como... si quisiera comprobar que no la había perdido de vista. Que seguía ahí.

Al verla, sonrió. Y ella supo, sin ninguna duda, que iba a quedarse, aunque la agobiase estar rodeada de tanta gente.

—¡Chicos! —exclamó Venus con una sonrisa—. ¿Dónde estabais? Llevo como veinte minutos esperándoos.

Venus ya no parecía tan borde con ella como el primer día que llegaron a Torreluna. No es que hubieran pasado mucho tiempo juntas tampoco. Su prima se había tirado toda la semana revoloteando alrededor de Nick. Pero, al menos, ya no la ignoraba o le soltaba pullas cada dos por tres.

—Hemos ido a hacer unas fotos —explicó Nick, dándole un beso en la mejilla y revolviéndole el pelo. Venus sonrió, clarísimamente.

—Aquí está lo que me habéis pedido —les entregó una bolsa de tela, de la cual Nick extrajo un bañador amarillo para él y un bañador azul marino para ella.

Al ver su cara, porque, ¿en serio Venus? ¿No había una pieza más fea y vieja en su armario?, su prima dijo:

—Es lo único que he encontrado, Alanni.

Alanna suspiró, pero no dijo nada. Cogió la prenda de las manos de Nick y se encaminó hacia los vestuarios, sin saber si él la seguía o no. Ya le daba igual.

Una vez dentro del cubículo del wc, procedió a ponerse ese bañador que podía tener unos ocho años y descubrió que le venía pequeño. No mucho. Solo lo suficiente para que la costura de las ingles se le subiera por encima de la cadera, lo que hacía que la braga se enroscara hacia adentro convirtiéndose en tanga y, por ende, resaltando todo su culo. La parte de arriba no es que la ayudara mucho tampoco, pues, al parecer, le habían crecido las tetas y, ahora, la tela se ajustaba tanto a su pecho que sobresalía por encima.

Maldita sea, ¿cómo iba a salir así? Iba hecha un auténtico cuadro. Se puso el pantalón por encima, sin atarse los botones, y salió. Desconocía si Venus le había traído chanclas, por lo que todavía llevaba las Converse blancas raídas.

Cuando llegó a donde estaba su prima, Nick ya se había cambiado y descansaba sobre una toalla, sentado con los antebrazos apoyados sobre sus rodillas y mirando el móvil. Alanna intentó no alterarse mucho ante la visión de Nick Ríos en bañador. Pero, es que, jolín, con todos esos músculos bronceados a la vista una no podía hacer otra cosa que comérselo con los ojos.

—Ya estoy aquí —se vio forzada a comentar al ver que ninguno miraba en su dirección.

El primero en levantar la cabeza fue Nick, quizá fue el único, porque en cuanto sus miradas se cruzaron, ella ya no fue consciente de nada más. Él le echó un vistazo rápido antes de levantar una de las comisuras de sus labios en un gesto socarrón.

—Así no te vas a poner morena, pelirroja.

Era obvio que se refería a la cantidad de ropa que cubría su cuerpo. Y, aunque Alanna había salido del vestuario segura de que, por nada del mundo, se quitaría el pantalón, de pronto, sintió el impulso de hacerlo. De mostrarle a Nick lo que escondía la ropa. De sentirse atrevida, decidida, por una vez en su vida. Y, por supuesto, de ver su reacción.

Alanna sabía que su cuerpo no tenía nada que ver con el de las chicas preciosas con las que había estado Nick, pero también, hasta el día de ayer, veía improbable que él la besara. Y hoy habían estado cerca...

—Yo no me pongo morena, Nick —le aclaró ella mientras un hormigueo de anticipación le recorría los dedos de las manos, que sujetaban la cinturilla de sus shorts—. Yo me pongo roja y, luego, vuelvo a ser blanca.

Dejó caer los pantalones, se los sacó por los tobillos y esperó.

Esperó a que Nick, que había mantenido la atención puesta en ella, la viese. La mirase. Se obligó a buscar su cara. A fijarse en su rostro. A ver su reacción. Y los nervios que corrían por sus venas, que atacaban su estabilidad, que hacían temblar su corazón, se tornaron decepción al instante.

Porque Nick no hizo nada. No movió ni un puñetero músculo de la cara. Solo... desvió la vista. Dejó de mirarla.

¿Qué había esperado? ¿Qué viera su piel pecosa, sus caderas huesudas y sus piernas kilométricas y se volviera loco de deseo? Ya, sí, claro. ¿En qué fantasía había estado viviendo las últimas cuatro horas?

Ella tampoco dijo nada más. Ocupó un sitio a su lado, dentro de la toalla, y se concentró en quitarse las zapatillas. Mejor eso que sentir el calor que irradiaba su cuerpo templado por el sol. Y su olor. Jolín, el olor de Nick le provocaba muchas cosas a las que ni siquiera sabía poner nombre.

Aún no había acabado de quitarse la primera zapatilla cuando lo sintió levantarse de golpe y mascullar un «creo que voy al agua» antes de lanzarse de cabeza a ella.

Venus, como no, lo siguió contenta.

Ella se quedó observándolos como la tonta redomada que era.

¿Aprendería algún día?


***

Nick no podía apartar los ojos a Alanna, aunque él estuviera dentro de la piscina y ella no se hubiera movido de la toalla. Ni siquiera sabía por qué. Solo no podía dejar de hacerlo. Se había metido al agua de una manera muy brusca, dejándola allí sola y quizá se sentía un poco culpable.

Pero, joder, si no lo hubiera hecho, ella hubiera sido testigo de lo que había provocado su cuerpo en ese maldito bañador. Que era, sin lugar a duda, el más feo que había visto en su vida y que, sin embargo, le quedaba demasiado bien.

Ni en un millón de años, Nick Ríos hubiera imaginado que la primita De la Vega, siempre escondida en un caparazón, pudiera tener ese efecto en él. Lo que no tenía ningún sentido. Porque, a ver, no era por presumir, pero Nick había estado con mujeres espectaculares. De las que salían en portadas de revista y tenían cientos de miles de seguidores en redes sociales. Mujeres que te quitaban el hipo con solo verlas. Entonces, ¿por qué parecía un adolescente salido con la prima de Lucas?

Había estado a punto de besarla. A punto era muy a punto. Casi a un milímetro de sus labios. Y solo él sabía lo que le había costado separarse de ella para coger el puto teléfono, que menos mal que había sonado porque besar a Alanna hubiera sido una locura.

Hubiera sido arruinar todo con ella.

Había empezado a considerarla una amiga y él no follaba con sus amigas. Bajo ningún concepto. Era una de sus dos normas: no follar con amigas y no repetir. Y, muchísimo menos, si formaba parte del grupo de amigos a los que Nick consideraba su familia.

No importaba que cada vez que la tuviera cerca, quisiera probar su sabor. O lamerla de arriba abajo para comprobar si estaba tan buena como parecía. No importaba que no pudiera apartar los ojos de ella. O que la tuviera, vete tú a saber por qué, todo el santo día en la puta cabeza. ¿Cómo era posible que esa mujer hubiera crecido a su lado y él no se hubiera dado ni cuenta? 

Una Puesta de Sol y Nosotros [FINALIZADA]Where stories live. Discover now