Cuarenta

3.8K 344 24
                                    

No me he parado a cerrarle los ojos a Selver. Mi madre dice que los muertos ya están muertos. No me he parado a decirle adiós, porque ya ni siquiera lo escucharía. Ni siquiera me ha dado tiempo a coger la espada, aunque ya suponía que no podría quitarla del pecho de el chico del siete porque el metal congelado se pega a la carne y solo hay forma de retirarlo llevando un trozo de ella conmigo, o la mochila que estaba donde se situaba la trampa con el conejo. 

Corro por el bosque de pinos con lo que llevo puesto. 

Cuando digo corro, me refiero a que lo hago de una forma extraña. Porque las cosas que pueden salir mal, tienden a salir mal, y cuando una más necesita estar al cien por cien... peor tiene las cosas. 

Busca un lugar alto... son animales que gruñen. No vuelan. 

Aunque dada mi corta experiencia puedo dar fe de que uno nunca sabe con las cosas que va a salir el Capitolio cada año. Tan hermoso e inquebrantable, pero con unas mentes tan perversas y sádicas. 

Encuentro un pino que parece lo bastante fuerte y alto, de todas formas no tengo tiempo para ponerme crítica porque las pisadas se oyen cada vez más cerca e intuyo que lo que quiera que sean han detectado mi rastro de sangre... porque me he dado cuenta de que voy dejando gotitas escarlatas por el camino. 

Sé que a los lobos les gusta el frío, y también los bosques. Pero los lobos no gruñen, no en principio, ellos tienen a aullar. Descarto la idea de los lobos mientras subo por el tronco tratando de forzar mi cuerpo hasta los extremos. Llevo dos días sin comer nada solido, sino más. Hoy solo hemos podido beber agua está mañana y lo que tuvimos ayer de cena fue agua caliente... que bien podríamos haberla bebido si tan solo hubiésemos hecho una fogata... aunque con la tormenta. 

Un pie se me resbala del tronco y me quedo colgando por los brazos. Maldita nieve. 

Agarro el tronco con las manos porque me va la vida en ello. Trato de subir mi peso de nuevo balanceándome un poco, aunque si me descuido puedo caer y partirme la espalda, o el cráneo como le pasó a Oceanus. 

Impulso mi peso hacia arriba y gruño cuando el dolor se dispara por mi costado. Pero no me detengo, no me detengo hasta que la mitad de mi cuerpo no está apoyada sobre el tronco. Me permito un momento para recuperar el aliento jadeando. 

Noto como el sudor cae por mi frente. Sudor, sí, sudor. Lo cuál no es muy buena señal porque el sudor se congelará sobre mi. Lo que no es precisamente bueno. 

Me siento a horcajadas sobre el pino y mi peor pesadilla se confirma. Han llegado hasta mi. Son osos de precioso pelaje blanco como la nieve, aunque tiene unos colmillos y garras capaz de desgarrar la carne como si se tratase de gelatina. O sea, son tan precioso como mortales. 

Afortunadamente sigo teniendo el cinturón lleno de cuchillos. Algunos de ellos están ya manchados de la sangre de mi costado. Seguro que los osos pueden oler la sangre y se estarán relamiendo de solo pensar en probar un bocado de mi carne. Al igual que un tiburón. 

Solo quedamos las dos, Isolda. Prepárate bien. 

Deslizo uno de los cuchillos fuera del cinturón y lo calibro un poco en mi mano antes de elegir mi blanco. El oso que está de pie apoyado sobre el árbol parece ser una buena elección. Su cabeza está alzada y cerca de mi. Hago un movimiento de muñeca y disparo el cuchillo. 

Ni siquiera suena un ¡Crac! Ni nada. Solo los gruñidos del resto de osos polares y la caída del muerto. El oso se desploma en el suelo con un cuchillo clavado en el cráneo. Uno de los ojos se aleja del grupo... 

Saco otro cuchillo y alijo la próxima víctima, uno a mi izquierda que no deja de arañar el tronco del pino y gruñir como si estuviese enfadado. Acierto de nuevo en el cráneo y todo el peso del oso cae contra el árbol lo que hace que este se tambalee un poco después de haber sufrido varios arañazos de garras y el intento de escalada de uno. Me agarro a la rama en la que estoy sentada como si me fuese... no, no, porque me va la vida en ello. 

Me recupero y descubro que ya solo queda un oso. Había cuatro, pero no tengo ni idea de donde se esconde el restante, tal vez a la espera de que caiga su ultimo contrincante y dispuesto a quedarse con la carne para el solo. 

Pero me quedo paralizada cuando oigo el sonido de un cañón y la luz del amanecer rompe por el horizonte de la arena. Mi primera reacción des pues de eso es mirarme el cuerpo. Revisar si estoy muerta, no parece muy lógico porque los muertos no se revisan a si mismos. Compruebo que estoy entera a excepción de el hachazo del tributo del siete. Suspiro. 

Solo queda otra alternativa. Isolda. 

Escucho un gruñido y veo como el último oso polar se aleja del árbol con paso lento y tranquilo. Cuando bajo la mirada tan solo veo los cadáveres de los dos osos muertos. ¿He ganado? 

Bajo del árbol cayendo sobre mis dos pies y saco uno de los cuchillos del cinturón. 

- ¡Damas y caballeros, les presento a la vencedora de los Septuagésimo Terceros Juegos del Hambre! ¡Kora Seasse! ¡Les presento a la tributo del Distrito 4! 

El rugido de la multitud se oye por todo mi alrededor atreves de los altavoces.

Ya está, ya ha pasado. 

Un aerodeslizador aparece sobre mi cabeza y suelta una escalera. Nada más ponerme a subir la escalera colgante me quedo inmóvil y está sube sin que yo haga ningún otro esfuerzo. Supongo que no querrán que ningún tributo vencedor caiga al suelo y muera mientras tanto. Todavía menos después de recibir un tajo en el costado, o casa peores que han pasado otros años. 

Lo primero que hago, después de que las puertas se cierren detrás de mi, es dejarme caer contra la pared y descender hasta el suelo. Me quedo ahí parada y mirando hacia el frente como si estuviese en shock, tratando de asimilar todo lo que ha pasado durante estos días. 

Uno de los médicos con bata blanca, máscara y guantes elásticos se agacha y me mira a los ojos. Tal vez piense que me he quedado con Annie, tal vez ella estaba en el mismo estado después de ver como le cortaban la cabeza a su compañero. Pero yo no he visto eso, después de matar a Oceanus... he seguido matando y he dejado morir, que puestos ha juzgar es casi lo mismo. 

- ¿Estás bien?- pregunta el hombre. Ahora lo sé por su voz. 

No. 

En lugar de decir nada desvío mi mirada hasta la suya y la dejo ahí. Pero no digo nada cuando ellos tiran de mi hasta ponerme en pie y llevarme hasta una camilla de metal para jugar  con mi magullado cuerpo. 

Deshidratación, desnutrición, quemaduras, heridas... Una lista de cosas que supongo, son el precio a pagar por ser una asesina. 

Como podeis comprobar Kora no se da cuenta de que los osos polares son mutos. Lo he puesto así, porque no quiero que Kora sea una copia de Katniss, son dos personas distintas. 

73º Juegos del Hambre (Todos los libros) TERMINADAWhere stories live. Discover now