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Cayendo la noche, Guillermo preparó lo primero que encontró y consideró comestible y se sentó a cenar con un pequeño block de notas a su lado, dispuesto a dejar de lado todo su enojo para poder escribir una carta acorde para Samuel. Los clientes molestos, las conferencias atrasadas y los superiores molestos y poco considerados habían hecho de su día una completa mierda, pero aún así no aplazó la escritura para su chico, consciente de que él no tenía la culpa de haber tenido un mal día. Sabía lo importante que eran aquellas cartas para su pareja y lo mucho que, según sus propias palabras, lo hacían sentir mejor, por lo que no hacerlo aquella vez no era opción. Nunca había sido opción, en todo caso.

Iba a hacer lo que pudiese para ayudarlo, y estando tan lejos era lo único que le quedaba.

Movió el lápiz con lentitud, luchando contra el dolor de cabeza que comenzaba a hacer todo difuso, y comenzó a escribir, plasmando lo primero que se le vino a la mente. Lo releyó y lo tachó, inconforme con lo que había escrito. Como al principio, escribió con lentitud, releyó y tachó, así una y otra vez.

No quería dejar a Samuel sin carta, no ahora que lo extrañaba más que nunca.

Cuando el proceso se repitió por quinta vez, la puerta principal sonó, siendo un golpecito suave pero llamativo. Suspiró, agotado y molesto. ¿Quién cojones lo molestaba un jueves a las nueve de la noche?

Se puso de pie y, sin importarle que tuviese su pijama más viejo y desgastado, caminó hasta la puerta para abrirla de mala gana, conteniendo las ganas de gritar que tenía.

Sin embargo, ni una sola palabra salió de su boca a pesar de que tenía varios insultos listos para hacerlo. 

Deathbeds [Wigetta]Where stories live. Discover now