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La mente de Guillermo daba vueltas y no de una manera metafórica. Había alcanzado las cuarenta y ocho horas sin dormir y tenía presente que su cuerpo comenzaría a fallar por ello en cualquier momento, pero por más que lo intentaba no podía dormir. Cargaba con dos bolsas negras bajo sus ojos que le agregaban más años de los que en realidad tenía, sus movimientos eran torpes y atolondrados, su cabeza no podía realizar ninguna acción de forma coherente. Pero allí estaba: en la cafetería del hospital esperando que alguien le dijera algo de su chico, que alguien apareciese para decirle que lo que le había dicho no lo había hecho trizas. Realmente era lo único que esperaba.

No había visto a ninguno de sus compañeros en todo el día; su trabajo lo había tenido instalado en aquel lugar desde temprano, por lo que no tenía mucho conocimiento de lo que estaba sucediendo ni donde se encontraban.

Creía no tener conocimiento de nada, en realidad.

Un leve toque en su hombro lo devolvió a la realidad, provocando que girase la cabeza con lentitud a causa del cansancio. Rubén y David lo miraban con los ojos llenos de lágrimas, casi como si le estuviesen por dar la mejor noticia de todas. Sus miradas brillaban de manera rara, pero Guillermo no pudo descifrar exactamente de que se trataba.

-Es tu turno- dijo Rubén con un nudo en su garganta, el cual preocupó un poco al ojeroso.

-¿De qué?

-De ver a Samuel- contestó David, dibujando una pequeña sonrisa.

Su rostro no pudo contener la sorpresa, como sus ojos tampoco pudieron evitar llenarse de lágrimas, tanto por la emoción de verlo como por la angustia que eso le generaba.

Deathbeds [Wigetta]Where stories live. Discover now