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Fue cuestión de que el sol saliese para que los cuatro comenzasen a cargar sus cosas en el coche, preparándolo así para su partida definitiva de Zaragoza. Sus movimientos fueron rápidos y certeros, justos si se lo veía con detenimiento. En poco tiempo guardaron todo y dejaron el departamento en perfecto estado, como así también ocuparon sus lugares para poder partir finalmente.

Era un paso enorme para todos.

-¿Estás listo, cariño?- preguntó la mujer desde el asiento del copiloto, mirando a su hijo a través del espejo retrovisor.

Samuel miró a Guillermo por un instante, encontrándose con sus ojitos llenos de tranquilidad y su sonrisa reflejando seguridad. Tomó su mano con cuidado y, tras un suspiro, miró a sus padres a través de su reflejo.

-Eso creo- confesó, cosa que los hizo sonreír.

El auto se puso en marcha y, antes de poder darse cuenta, los cuatro estaban dejando atrás aquella ciudad y a su gente, dejando atrás a aquel hospital que lo había contenido durante tanto tiempo, a aquellos profesionales que lo había ayudado, a aquella enfermera que le había salvado la vida aquella noche...

Y, a su vez, estaban comenzando todo de nuevo.

Otro hospital llegaría, pero sabía que era para su bien.

Otros profesionales lo revisarían y medicarían, pero sabía que lo harían sentir mejor.

Otras noches en soledad lo torturarían, pero sabía que no duraría para siempre.

Todo terminaba y comenzaba al mismo tiempo, todo parecía frenarse para volver a arrancar. Pero, para su sorpresa, aquella vez no parecía tan terrible. Tenía fe en que las cosas saldrían bien y, por primera vez en su vida, se convenció de que podría hacerlo; pasase lo que pasase, podría afrontarlo. 

No estaba solo, jamás lo estaría.

Quería mejorar, y esta vez de verdad.

Deathbeds [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora