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Guillermo salió de la residencia De Luque tras dar un portazo a la puerta principal y con las súplicas de los contrarios a sus espaldas para que se quedase, sintiéndose mareado y descompuesto.

Se negaba a asumir que no volvería a besar a su novio.

La noche, esa que parecía ser perfecta, pronto se volvió la peor de toda su vida; el clima agradable que antes disfrutaba ahora parecía agobiarlo por la tranquilidad que buscaba transmitir y lo lejos que estaba de sentirla. Se sentía destruido internamente, como si cada porción de su alma estuviese cayendo pedazo por pedazo hacia sus pies para, finalmente, tocar el suelo y dejar su cuerpo completamente vacío, tal y como debía de haberse sentido Samuel para tener que tomar esa decisión.

¿Por qué no lo había notado? ¿Qué clase de novio había sido?

Sus pies se movieron con determinación hacia el centro de la ciudad mientras que sus lágrimas caían por sus mejillas con fuerza y sin control, sintiéndose perdido en aquellas calles que creía conocer de memoria. No registraba absolutamente nada de lo que pasaba a su alrededor ni tampoco cuando llegó a aquel bar y tomó asiento en uno de los taburetes de la barra.

¿Por qué no había pedido ayuda? ¿Por qué no le había comentado que se sentía tan mal y que estaba perdiendo la guerra?

-Un whisky, por favor- pidió con la mirada perdida en las botellas detrás del cantinero, quien le regalo una mirada triste antes de voltear para preparar lo que le había pedido.

Se sentía roto y destruido, vacío en todos los sentidos de la palabra

Deathbeds [Wigetta]Where stories live. Discover now