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A pesar de que el ansiolítico había comenzado a hacer efecto en su cuerpo y que las manos de quienes lo sostenían ya no tenían que hacerlo, el corazón de Samuel no hacía otra cosa más que palpitar con fuerza contra su pecho, haciendo que las máquinas a las cuales había sido reconectado sonasen fuerte y de manera rápida. Lo único que podía oír era aquel pitido acelerado que comenzaba a volverlo loco no solo por el hecho de sonar fuerte y golpear contra sus tímpano sino también porque significaba que aún estaba vivo.

Estaba vivo... Había fallado.

Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas y a distorsionar su panorama cuando los recuerdos de aquella esperada y necesitada noche llegaron a su mente y golpearon su cerebro sin compasión, provocando que su corazón latiese aún más rápido y que los que lo rodeaban volviesen a hablarle. Quería creer que se trataba de su imaginación, de un efecto colateral producto de la cantidad de pastillas mezcladas con alcohol que había ingerido y la cantidad de sangre que sabía había perdido, pero sus brazos vendados y sus manos vacías lo devolvían a la realidad de un sacudón, un sacudón que no pensó poder recibir con lo lejos que había llegado.

¿Tanto lo odiaba el universo como para dejarlo con vida cuando lo único que había buscado era morir?

Sus ojos finalmente derramaron sus lágrimas y su cabeza comenzó a negar nuevamente cuando la imagen de Guillermo volvió a su mente, causando que la angustia invadiese sus sentidos. Su chico, el amor de su vida, su novio... la última persona en la que había pensado cuando creyó que había logrado su cometido y la primera a la que había visto cuando toda esa farsa cayó frente a él.

¿Era una forma de castigo, acaso? ¿Ver a Guillermo al despertar era la forma que tenía la vida de castigarlo por querer alejarse de ella?

Samuel solo podía regañarse internamente por ser tan inútil y no haber logrado su cometido.

Deathbeds [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora