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Cuando el reloj marcó las ocho de aquella noche, Samuel decidió dejar de moverse, consciente de que de nada serviría seguir luchando contra las voces de su mente. A pesar de los calmantes que le habían suministrado, no había logrado tranquilizarse en ningún momento, por lo que no fue extraño tampoco que cayera casi sin fuerza contra la cama de aquel luminoso y molesto lugar; se sentía débil pero al mismo tiempo ansioso.

Cerró los ojos con fuerza y, al igual que había pasado durante todo el día, logró escuchar a sus voces gritarle que hiciera algo para lastimarse, que intentara nuevamente quitarse aquella camisa de fuerza y se abriese las heridas de la madrugada anterior; y si bien quiso hacerlo, sus músculos no parecían querer reaccionar. No se sentía bien, para nada.

Solo quería que aquella tortura terminase de una buena vez.

Si tan solo hubiese sido un poco más preciso con sus cortes, si tan solo hubiese usado un poco más de fuerza. Quizás si hubiese sido más rápido, quizás si no se lo hubiese pensado tanto. Solo tenía que cortar la vena indicada, pero no lo había logrado; solo tenía que hacerlo con la fuerza suficiente, pero no lo había conseguido.

Sus ojos, pesados y cansados, buscaron cerrarse de nuevo en búsqueda de algo de paz, pero los pasos del otro lado de la puerta volvieron a elevar sus párpados, alerta ante la posibilidad de recibir más pastillas.

¿Una sobredosis podía ser posible?

Sin embargo, lo que menos esperó ver del otro lado de aquella ventanilla fue  aquel rostro tan familiar como desconocido. Cargaba con ojeras y sus facciones fruncidas, enojado de manera notable.

Quiso formular su nombre, preguntar que hacia allí, pero su mente no pudo siquiera pensar en hacerlo.

¿Por qué Guillermo estaba allí, tan enojado y triste a la vez?

Deathbeds [Wigetta]Where stories live. Discover now