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Desde que había entrado a aquella nueva habitación, Samuel no se había sentido para nada cómodo ni mucho menos acompañado ni cuidado. La habitación era brillosa, escandalosamente brillosa, y contaba con una decoración tan simétrica y adecuada que incluso llegaba a alterarlo, no solo porque parecía querer forzar su tranquilidad sino porque no lo estaba logrando a pesar de que era exactamente lo que le gustaba. La puerta cerrada, la cual sabía estaría con cerrojo en cuanto cayese la noche, lo hacía sentir encerrado y provocaba que sus voces se volviesen más fuertes con el correr de los segundos, causando que aquel silencio que antes lo dejaba desconectado de la realidad se viese transformado en voces desconocidas que no paraban de hablar. Sus pensamientos estaban alborotados y ruidosos, alterados y repetitivos en cuestiones que tenía claras pero que no podía dejar de evocar una y otra vez.

Estaba encerrado no solo en una habitación de hospital, sino también en sus propios pensamientos autodestructivos.

Miró a la enfermera a su lado, la cual no se había tomado ni el tiempo de escuchar cuando se presentó, y automáticamente desvió la vista a sus brazos estirados sobre el colchón, los cuales aún estaban vendados. Sintió la necesidad de quitarse las vendas y abrir sus heridas, pero sabía que sería inútil incluso intentarlo teniendo a alguien que podía detenerlo a su lado.

Conocía el proceso de memoria y se odiaba por no haber descubierto como saltearse la parte en la que lo detenían y lo medicaban para calmarlo. Aunque más se odiaba por estar repitiendo los mismos pasos que había trascurrido casi diez años atrás por el mismo motivo... su inutilidad.

Deathbeds [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora