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Esa noche, cuando todos se fueron y la residencia De Luque quedó en completo silencio, Guillermo lloró por primera vez. Encerrado en el baño de la residencia, el chico de ojos rasgados dejó que todo el miedo y la preocupación que sentía saliese por sus orbes como cataratas, causando que sus mejillas se humedeciesen de manera rápida. A pesar de que estaba seguro, de que estaba convencido de que su chico podría hacerlo solo en aquel nuevo hospital, se permitió llorar con libertad, desahogando su alma en el proceso. 

Tenía que sentirse fuerte para dar el siguiente paso, no sentir que su pecho estaba a punto de ser aplastado para quebrarse en miles de pedacitos. 

Observó la cajita de terciopelo en su mano derecha, esa que le había pedido a Rubén que le comprase en cuanto el alta de Samuel parecía una realidad, y la apretó contra su pecho y, tras llorar un poco más, suspiró, sintiéndose incluso más liviano. Tenía que crear un buen recuerdo cuando le entregase a Samuel aquel collar, mostrarse fuerte y seguro para darle un buen significado, estar listo para hacer de aquel momento algo que el joven pudiese recordar cuando estuviese solo y encerrado en una nueva habitación.

No quería que Samuel sintiese angustia al ver aquella inicial colgando de su cuello, quería que lo recordase con la mayor de las alegrías que aquel momento podía permitirle sentir.

Tomó una gran bocanada de aire y, luego de limpiar su rostro y asegurarse de que su ojos no estuviesen tan rojos por las lágrimas, Guillermo salió del baño y caminó directamente hacia la habitación de su novio, lugar donde este era acompañado por sus padres.

Deathbeds [Wigetta]Where stories live. Discover now