|epílogo|

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Suspiró pesado una vez que estuvo en la soledad de su auto. Y ese suspiro, era el perfecto reflejo de toda la carga que había dejado atrás.

Tras años y años de arrastrar lo mismo y no solo a sus espaldas, sino que aún más en su corazón, en su alma... al fin, al fin después de dieciséis años se sentía un poco más ligero.

Ligero, más no liberado.

Bajó la ventanilla del auto, sí, Miami era monstruosamente caloroso y húmedo, pero, era veinticuatro de noviembre, el día en el que el cielo lloraba.

El viento hacía de las suyas, en cambio a lo de todos los días, era una brisa fría que llegaba a causar hasta escalofríos. Pero, era una brisa que Scott Prescott la sentía como un abrazo. Apenas llegó a un alto con un semáforo en rojo, cerró los ojos y alzó la cabeza, permitiéndose disfrutarla aunque fuera por unos escasos segundos. Sentir esa brisa, la que antecedía a la típica lluvia de ese día, era de las pocas cosas que lo hacía sentirse como en casa.

Pero ahora, era diferente.

Ahora no estaban sus hijos en el auto intentando distraerle, ni nadie más de su familia que se iba con él para aprovechar el aventón, no. Ahora estaba él solo. Solo con su corazón, con sus sentimientos a flor de piel y unas ganas inmensas de que esa ligereza que hoy al fin experimentaba, se sintiera como liberación.

O mejor dicho, que no se sintiera. Que lo fuera en realidad.

Sabía que estaba listo para eso. Al fin lo estaba.

No encendió el radio, ni puso música, ni nada ajeno a él y el auto ocasionó ruido. Estaría solo con sus pensamientos desde el primer instante. Sabía que esa era la manera.

Pisó el acelerador lo más que pudo a como se le presentaban las ocasiones. Conducía prácticamente en automático e ignoraba lo más que podía cualquier cosa, no se sentía consciente de nada. Solo iba cuan rápido pudiera ir respetando a los demás autos, ni siquiera se daba cuenta de ello.

Con la vista en el frente, sin importarle nada más que sobrepasar la situación. "Situación", a la que los demás conocían como el puente que conectaba Key Biscayne y Miami, pero para él, era todo un reto. Reto que no había podido superar nunca de otra manera que no fuera acelerando, sin voltear mucho, sin distraerse de cualquier manera.

Ya habiendo avanzado unos metros después del inicio de este, sentía que se destensaba y mucho. Dejaba de apretar los dientes. Como si al fin pudiera respirar, como si estuviera cargando la pesa más pesada del mundo y al fin pudiera soltarla. Inconscientemente llevaba años haciendo eso. De tener que pasar por ahí tenía que hacerlo, claro, y eso no lo discutiría, ya fuera por una u otra cosa, sabía que la vida nunca se acomodaría para nadie, y tendría que pasar por ahí. Esa era la manera de lograrlo, su manera, la única.

Muy adentrado en el puente prácticamente se dejaba llevar. Su destino por lo general era la mítica casa de los Stone, la casa de Sebastian, solo debía seguir derecho hasta llegar, así que dejaba a su cabeza nublarse, sentirse ido, ya que su único esfuerzo físico era dejar el acelerador donde estaba y sostener el volante.

Pero en esta ocasión era diferente. No iba para allá.

Iba para el representativo faro de Key Biscayne.

Ahí, había sido su primera cita oficial con quien le robó su corazón por primera vez, por quien odiaba prestar atención al recorrer la ciudad, quien había roto su mundo como nunca creyó posible y a quien le debía el peso de sus memorias. Quien le había enseñado y dado tanto en tan poco tiempo que parecía irreal, con quien había superado retos que vio imposibles y con quien conoció los sentimientos más puros que realmente deseaba que todos experimentaran alguna vez.

Phantasy // COMPLETAOù les histoires vivent. Découvrez maintenant