|evdomínta októ|

79 14 143
                                    

.
Capítulo septuagésimo octavo
¿Me das un cigarro?

—No.

Okay, papá no pensó ni un solo segundo mi pregunta sobre internar a Ares.

Pero yo no lo decía por ser malvado o algo así, como se ha retratado en muchas películas o series, que el que busca internar a alguien es que se quiere deshacer de esa persona o algo parecido.

No.

Simplemente, ver a Ares y todo lo que ella pasaba me dolía. No por el hecho de que a mí me doliera era que la quería lejos, no. Era porque a su vez, sentía que era una enorme presión para ella.

Al menos lo que yo veía era: al despertar, una pastilla y una gomita. Sobre la pastilla no sé, sólo sé que la gomita tenía vitaminas, y la necesitaba para su anemia. Después de desayunar se tomaba otras tres pastillas. Creo que una era antidepresivo. Hacíamos ejercicio con papá en el gimnasio y no sé qué se tenía que tomar después de eso, solo sé que lo hacía antes de bañarse.

Generalmente para entonces, después del baño, es cuando programaba sus citas. Ya fuera con la psicóloga, con la ginecóloga, con el nutriólogo, el psiquiatra, el neurólogo y ya no sé a qué más tenía que ir. A veces tenía todo un mismo día y no la veía hasta la noche.

Con Geovanni en clases era un problema, al menos uno grande para mí. Porque por lo general me quedaba solo en la casa. Bueno, con los empleados por ahí, pero se entiende a lo que me refiero.  Mi papá trabajaba.

Digamos que me refugiaba (y hasta la fecha, me refugio) mucho en Geovanni.

Digamos que el problema radicaba en que a él no se le había quemado la escuela.

A veces me ponía algo tóxico mandando mensajes a lo estúpido cual adolescente en necesidad de atención (lo cual era). Antes para llenar ese vacío subía historias a lo bruto, pero simplemente no quería ni tenía ganas por esas fechas.
Él me solía responder una foto con Adam en el salón, o del trabajo que hacía, o del libro que usaba o del pizarrón. A veces me bendecía con su carita.

Y después venía la culpa, lo cual era algo recurrente en mi vida. Sentía culpa por absolutamente todo. La sentí principalmente una vez que le quitaron el celular porque el estúpido Joseph quería atención.

Más culpa sentía ya volviendo a lo que inicialmente estaba contando, antes de desviar todo para hablar de mi novio como siempre, pues me sentía un mal hermano por la idea de que internaran a Ares en un psiquiátrico.

Siendo sincero no aguantaría mucho tiempo sin ella a mi lado.
A inicios de año no podíamos coexistir tres minutos sin pelear. A finales de año, no nos podíamos separar.

Menos con los proyectos que teníamos en puerta.

Además, éramos su familia. Teníamos que estar con ella. Si bien éramos la familia (que apenas podía comenzar a llamarse así) más rara y disfuncional de quizá todo el estado o hasta el país, si algo siempre había sido cierto, entre toda nuestra farsa de la familia perfecta, era que no nos dábamos la espalda.

Por más que peleáramos desde niños, por más que estuviéramos algo divididos o tuviéramos problemas entre nosotros o que estuviéramos lejos, los hermanos Stone Esner nunca nos dimos la espalda. Jamás.
Eso es algo de lo que, hasta la fecha, estoy muy orgulloso de decir.

Prácticamente nos cuidamos entre nosotros desde antes de tener consciencia. Antes de siquiera saber que nos estábamos cuidando.

Es de las cosas que yo supe que quería inculcarle a mis hijos.

Phantasy // COMPLETAWhere stories live. Discover now