|triánta ennéa|

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Capítulo trigésimo noveno
De comunicar

Sebastian suspiró. Las comidas ahora le angustiaban. Tenía que estar vigilando a su hija para que comiera, y se olvidaba de comer él, y se estresaba porque el tiempo se le venía encima y comía a las prisas y no disfrutaba la comida y... simplemente le era difícil. Sobretodo hacerlo solo.

La primera mitad de vida de Ares fue padre soltero y no resultó bien. Después por presión familiar tomó a la primer mujer que le pasó por el frente para hacerla su "mujer", aunque no le interesaba ella en lo más mínimo, quien solo complicó aún más las cosas.

Y ahora sentía que en realidad no conocía a sus hijos. No sabía qué les gustaba a fondo o algo parecido. Sabía de ellos casi lo mismo que lo que dejaban ver en redes, porque los veía como seguidor siempre desde su oficina. Quería cambiarlo, pero no sabía cómo.

Pero quería y eso ya era una gran diferencia a meses atrás.

Antes sentía que estaban bien "solos", con Drake al mando. Pero Drake ya no estaba así como ya nada era como antes.

Quería hacer las cosas bien. Ser un buen padre aunque los dos sentados a sus lados estaban a menos de dos años de dejar el nido, estaba seguro. Los contratos en la industria los acechaban como lobos, incluso Ares ya estaba invitada a modelar en la semana de la moda en Milán por Versace, pero aún no se lo decían. Sarah se lo había adelantado a su hermano.

Sentía que el tiempo se le había agotado y cada noche se sentía um imbécil. Pero él no sabía cómo acercarse. Qué decir. Cuando ellos eran más chicos Maryssa estaba ahí para ayudarle al respecto. Ella sí que conocía el amor paternal, y todos los días eran un recuerdo bonito con los mayores. Por su lado no, él siempre supo que entre sus padres no había amor. Que había sido arreglado por ambas familias como convenio. Que su padre maltrataba a su madre. Y hasta tenía la teoría de que el mismo Edward Stone había envenenado a su esposa para quedarse con todo el dinero.

A pesar de todo, Blair Coleman-Stone, había intentado darle a sus hijos todo el amor posible a espaldas de su marido, porque él decía que los ablandaría, malcriaría y los haría débiles si les mostraba afecto.

Y Maryssa lo ayudana a dejar atrás eso y él sí ser amoroso con sus hijos. Después pasó lo que pasó.

Y sintió que el tiempo se le fue en un abrir y cerrar de ojos.

Quería arreglarlo, sentía que iba bien en aquéllo, pero, precisamente, que ambos tendrían diecisiete años al mismo tiempo en nada le hacía querer comerse las uñas. Joseph cumpliría dieciocho en enero, apenas compartiría edad con su hermana menos de dos meses.

Sentía que se iban a ir. Que simplemente se le irían de la casa en la primer oportunidad.

Y no podía culparlos pero tampoco quería que pasara.

Para él todavía eran niños.

Aunque en realidad sí eran niños, pero que habían sido obligados a crecer por sus demonios.

Sintió alivio en parte de que Ares no estuviera, pues pudo desayunar hasta cierto punto en paz, sin tener que estar verificando que comiera y casi peleando con ella como si fuera una niña pequeña haciendo berrinche con el tema.

Pero por otro lado, también le estresaba que no estuviera con él, porque precisamente, no podía ver que comiera, aunque le había pedido a Anthony que verificara eso, sabía que era como la mamá de los tres, y simplemente confiaba en él.

-¿Ya estás listo?- le murmuró a su hijo, buscándose en el pantalón las llaves del auto.

Joseph asintió con la cabeza.

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