|eíkosi októ|

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Capítulo vigésimo octavo
De ver y no creer, y escuchar y querer huir

**-Sabía que no debía ir ahí, sí. Toda mi vida me dijeron que me alejara de ellos. Pero la sangre nos conectaba, yo los odiaba y mi entorno los amaba. Quería ver qué... era lo especial. Por qué no éramos iguales. Por qué... todo. Pero fue un error. El mayor de mi vida.**

Esther soltó un largo suspiro. La escena ya era común.

Cerró primero la laptop que estaba en la mesa de café frente al sofá, ya hasta estaba apagada de no cargarse y quedarse activa. No quiso averiguar, ya sabía de qué se trataba, sólo la puso a cargar en el primer conector que se encontró.

Acto seguido, barrió los cristales que se encontraban esparcidos por todo el área entre el sofá morado y la mesita. Se le hacía tarde, pero estaba segura de que su madre al despertarse se iba a cortar, pues ni siquiera lo sabría: Maryssa se había quedado dormida con el vaso en la mano y se le había caído.

Pero ni siquiera ese ruido la había despertado.

Después corrió a la cocina. Quedaban solamente dos huevos, ¿y se los iba a desayunar? No. Se sentía responsable y culpable de que no hubiera suficiente para ambas, así que se los iba a dejar a su mamá. Revisó la alacena para buscar cereal o cualquier cosa, pero no encontró nada más que una bolsa de palomitas que caducarían dos días después. Pero el microondas se había averiado hacía meses, y no había podido reemplazarlo aún.

Llevaba toda la semana trabajando horas extra, llegando a su casa pasadas las once después de cerrar la tienda, porque tenía que pagar sus libros del nuevo semestre. No alcanzó a apartarlos en la biblioteca. Así como tampoco tenía libretas, y tenía que comprar nuevas. Las hizo rendir lo más que pudo, tres semestres, sin desperdiciar una sola hoja. Pero hacía una semana en clase de Historia, se terminó la última sin haberse dado cuenta y se limitó a terminar de anotar en la pasta. En las siguientes clases Austin había arrancado hojas de la suya para que pudiera tomar apuntes. Así que pidió horas extras para apartir del lunes y si todo salía bien le pagarían como cada viernes, y podría comprar lo que necesitaba.

Aunque también estaba la ropa de su hermana, que ni siquiera se había atrevido a tocar. De haber podido esa ropa ya se habría convertido en dinero y a lo mejor podría comprar un nuevo microondas. O una televisión. O una mochila, ya que cargaba sus libros desde cuarto año de primaria. O un buen celular, para el otro negocio. El que no había podido atender por precisamente estar trabajando de más en KFC además de haber vendido su propio celular, y sentía que los clientes se le esfumaban.

El estrés se la comía viva. Ya no soportaba más.

Olvidó la idea de desayunar, le dejó a su madre las cosas que necesitaría afuera y se limitó a tomar dos vasos de agua.

Entonces recordó que era diez. Debía pagar los servicios. Su día simplemente se ponía peor.

Y en la noche, sus amigos tenían aquél plan que la había tenido comiéndose las uñas toda la semana desde que consiguieron los boletos.

Otra cosa que simplemente se puso peor: tanto Austin como Evelyn habían conseguido boletos. Doce en total. Seis para el grupo de amigos, y dos adicionales, para las parejas de Kayla y Francis. Les quedaban cuatro. Y por supuesto, Austin, a sabiendas de la atracción que aquél chico le causaba, fue a ofrecérselos a Zeke Hernández y sus amigos. Otro punto para tenerla nerviosa además de que estaría en los mismos metros cuadrados que sus hermanos e incluso su padre, quienes la creían muerta. Y por otro lado, Zeke la ponía demasiado tonta en la misma medida de que él era popular.

Phantasy // COMPLETAWhere stories live. Discover now