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𝔈𝔫 𝔢𝔩 𝔊𝔯𝔞𝔫 ℭ𝔬𝔪𝔢𝔡𝔬𝔯 todos escuchaban atentamente a Dumbledore, la mayoría sólo anhelando que terminara su discurso para finalmente comer.
-También démosle la bienvenida a nuestra nueva maestra de Defensa Contra las Artes Oscuras- decía el mayor -Dolores Umbridge. Estoy seguro de que todos me acompañarán en desearle muy buena suerte este año... como es usual, nuestro...
De repente, una mujer vestida de pies a cabeza de rosado interrumpió el discurso con un extraño sonido realmente patético que sonaba como una risilla pero una tos fingida a la vez.
Dumbledore y absolutamente todo el mundo detuvo lo que hacía, dirigiéndole una mirada extraña a tan... llamativa mujer.
Dolores Umbridge se acercó con una sonrisa dolorosamente forzada. El sonido de sus tacones rosados hizo eco en el salón.
-Gracias, director, por esas amables palabras de bienvenida- dijo, su voz era muy irritante -Qué encantador es ver todas sus alegres y brillantes rostros sonriéndome.
Mentira. No había nadie en ese salón que estuviera sonriendo... tal vez solo Filch.
-Estoy segura de que todos llegaremos a ser muy buenos amigos. El Ministerio de Magia siempre ha considerado la educación de jóvenes magos y brujas de vital importancia, aunque claro que cada director ha traído algo nuevo a esta histórica escuela- le lanzó una mirada a Dumbledore, éste asintió en agradecimiento -El progreso con el fin de más progreso debe ser desalentado. Preservemos lo que debe ser preservado, perfeccionemos lo que se puede perfeccionar y cortemos las prácticas que han de ser prohibidas.
Concluyó, una última risa extraña y aguda la acompañó al retirarse. Todos quedaron en silencio, y solo aplaudieron porque Dumbledore los incitó a hacerlo. Filch también aplaudía, pero era el único que lo hacía de manera genuina.
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Genial.
Primer día, la primera clase era con el árbol de truffula andante y ya iba tarde.
Haciendo levitar sus materiales tras ella, _____ Lestrange caminaba apresuradamente mientras se peinaba el cabello aún mojado. Esperaba no recibir detención, pero esa señora no parecía muy misericordiosa con respecto a la puntualidad.
Al llegar al salón, tomó sus materiales flotantes y empujó la puerta con su hombro para abrirla y pasar. Camino lo más suave que pudo, pues estaba bastante silencioso, el sonido de sus zapatos contra el suelo de madera la delató.
Umbridge, quien escribía en el pizarrón con ayuda de su varita, se dio la vuelta. Alzó las cejas y una sonrisa cínica se manifestó en su rostro.
